Hace muchos años alguien me contó esta historia (más o menos, mi memoria no es literal): Aquel hombre era un enano, pero no lo sabía, porque en su familia todos eran enanos, su novia era más bajita que él, y le llamaba Tarzán con ojos melosos, trabajaba en un circo de enanos, y siempre que actuaba, el público ya estaba colocado en sus localidades. El enano que no sabía que era enano siempre le extrañaba que el público se quedara de pie toda la función, y no se sentaran en los asientos.
Pero un día el enano hizo una representación magnífica. La mejor de su vida. El público estaba tan entusiasmado que por primera vez se puso de pie y aplaudió a rabiar. El enano se quedó estupefacto al ver la estatura de todas esas personas que llenaban las gradas.
Han pasado muchos años, y en el circo todavía recuerda aquel día fabuloso en que las gradas de la carpa se llenaron de gigantes de más de un metro y medio de altura.