Los esqueletos (continuación)
Segunda parte: Kale borroka (de 023 a 026)
023
AYER EMPECÉ A balbucir
argumentos de novela. Posibles argumentos. Once proyectos. También podrían ser
once capítulos de un engendro, un Frankenstein, once coitus interruptus. Pero hay más, qué crees. Antes de noviembre,
unos días antes, intenté que este grifo roto tuviera un plan, a plot. “A man a plan a canal -
Panama!”, según dicen el primer palíndromo con la letra a, escrito por Leigh
Merce. Puede ser. No tengo ni idea de quién era Leigh Merce, pero el palíndromo
ya lo conocía, como ese otro de “Dábale arroz a la zorra el abad”. Ya me estoy
yendo. ¿Ves qué fácil? Regresemos a los argumentos. Aquí tengo más, generados
de modo aleatorio por un programa que inventa argumentos para escritores
zánganos:
Anoche soñé que
volvía a ser una hormiga.
Si pudiera
cambiar una cosa, sería proponerle matrimonio a la mujer equivocada.
Tengo dos cosas
en mente: carne y extraterrestres.
43.882 personas
murieron ese otoño, pero solo una me importó.
80 años y nunca
he comido zanahorias.
Si pudiera
cambiar una cosa, sería contactar con los vampiros.
La gente me
confía su felicidad; no deberían.
Susana solía ser
más divertida.
68 años y nunca
he aprendido a aceptar el mundo como es.
Anoche soñé que
volvía a escabullirme.
Mi nombre es
Margarita Cifuentes, al menos eso es lo que dice en mi certificado de
nacimiento.
"¡Yo no lo
hice!" susurró Lidia.
Y no me parecen
mal, si quieres saberlo. Cualquiera de ellos creo que serviría para dar un
pistoletazo de arranque. Otra manera curiosa de avanzar es esa: empezar
quinientas, mil veces, y antes de seguir, volver a empezar de nuevo. Perderse
en el bosque, sin mapa y sin brújula, buscando de modo premeditado otro camino
distinto, otro, da igual, pero siempre otro.
Y muchos más en
los cuadernos que almaceno sin numerar, siempre de distintos tamaños y
texturas, para ver si la culpa de la no continuidad en la escritura fuera del
cuaderno, y no de la mano que mece la cuna. Sería una contradicción que siempre
estuviera rompiendo y fragmentando argumentos en cuadernos siempre idénticos,
numerados con precisión obsesiva, ordenados con obsesión contable. Eso solo
pasa en las películas, y cuando eso pasa, ya sabes que tienes un asesino en
serie despiadado y desprovisto de emociones. Puestos a ser desordenados y
dispersos, habrá que serlo en el fondo y en la forma, no solo en el fondo, en
el contenido. El soporte, la estructura, el hardware también forma parte de la
historia, no es algo que vaya por libre. Pero decía que tenía más argumentos en
la libreta. Aquí va otro con cuatro capítulos a desarrollar:
1.
Carles tiene un accidente de coche.
Su mujer, Rebeca, muere en el asiento del copiloto. En el coche contra el que
se estrellan viaja un matrimonio, que muere, y su hija adolescente, Ainhoa, que
sobrevive.
2.
Carles se obsesiona con proteger a
Ainhoa. La sigue con un avatar en FB, Twitter e Instagram. La sigue por la
calle. Mata a uno que iba a abusar de ella tras una noche de fiesta.
3.
Ainhoa y Carles se empiezan a
escribir en FB, en privado. Se hacen amigos online. Se enamoran. Catfish. Carles le dice a Ainhoa que
vive en Valencia.
4.
La tía de Ainhoa, Mariluz, le coge
el teléfono a Ainhoa y persigue a Carles, sin conocerlo.
Y hasta ahí
llegué. El cuarto capítulo, imaginado, no escrito, no hay nada escrito de todo
ello, excepto lo que acabas de leer con literalidad, es un capítulo que de
golpe me desanimó, porque no lo visualizaba, no sabía por dónde iba a salir, no
estaba seguro de que, de pronto, Mariluz, que hasta ese momento no existía, al
menos en el argumento, tomara las riendas de la historia, se quedara con ella,
se convirtiera en protagonista. No. Dejó de interesarme, porque de Mariluz no
sabía nada. Si al menos fuera una monja vengadora, o la amante anterior de
Carles, o un enamorado de Ainhoa, o el inspector de ciberdelitos sexuales,
podría ser.
En la emisora de radio canta Eric Clapton: Before you accuse me, take a look at yourself,
del álbum Slowhand. Roberto
Pepe tenía ese disco, lo grabé en un casete en su casa de Moratalaz, en la
época en la que Norma aún vivía. Elías era un recién nacido, tan pequeño que no
daba nada de guerra. Lo llevaba colgado de una mochila por delante, y se
quedaba tranquilo en cualquier lugar. Siempre tenía brazos de amigos y amigas
que lo querían acunar. En una ocasión me olvidé de su chupete, o se le cayó y
se perdió, y tuve que sustituirlo por un peón de ajedrez que me prestó Ro.
Estaba muy gracioso con el peón negro en la boca, mostrando el fieltro verde de
la parte trasera del pie del peón. Yo creía que el apodo de Mano lenta de Eric Clapton, que se lo
llevó al disco, era por cómo tocaba la guitarra, acariciándola, sin necesidad
de hacer escalas vertiginosas a lo Jimi Hendrix, pero Ro decía que no, que era
porque no devolvía nunca el dinero que le prestaban sus amigos, o lo hacía con
mucho retraso. Yo me lo creí. Ahora me parece más difícil de creer, porque es
muy difícil que él mismo pusiera el nombre Slowhand
a un álbum propio, que es como tirarse piedras contra su propio tejado. Aunque
tal vez sí, todo es cuestión de echarle morro y aceptar las imperfecciones. Aún
así me extraña. Mira, voy a preguntarle a Google, a ver qué dice.
Pues ni para ti,
ni para mí. Por lo visto, dice el chivato de Google, durante los conciertos en
directo, Eric Clapton en lugar de cambiar de guitarra y dejar que un ayudante
le cambiara alguna cuerda de la guitarra, él prefería hacerlo con sus propias
manos, y el público esperaba con paciencia, aplaudiendo de manera lenta,
rítmica, en un juego de palabras de clap,
Clapton, palmada, y lentitud, slow. Slowhand. Nada que ver ni con la
velocidad de los arpegios ni con los retrasos a la hora de pagar deudas. La
invención de etimologías no es patrimonio de lingüistas amateurs, que aún
recuerdo que Baltasar del Alcázar, en su epístola lírica a Francisco Sarmiento,
a finales del siglo XVI, decía que “…[al vino] lo llaman vino, / porque nos
vino del cielo”.
En un cuaderno
antiguo, de tapas transparentes, y con fecha julio del 2004, me encuentro con
este argumento: “Un hombre envidia/desea de modo compulsivo todo lo que ya no
puede ser: deportista, violinista, astronauta, mártir, como en el mito de Dafne
(Teseo?, Proteo?) que huye y se esconde y se transforma en árbol, piedra vaca o
viento.”
A
Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que'l oro escurecían.
(Garcilaso
de la Vega)
Sólo cuando ya
no puede ser casi nada, y sólo le queda ser él, descubre que solo era nada
cuando quería ser todo, cuando quería ser el Capitán Trueno a los 10 años, ser
cirujano a los 11 años, ser su hermano mayor a los 12, campeón de ajedrez a los
13, campeón de esgrima a los 14, universitario a los 15, novelista a los 16,
viudo a los 17.
Y en otra
página, la siguiente, escribí:
Un escritor (a
poco que te descuides, soy yo) descubre que desde que acudió al psicoanalista
siete años antes, ha sustituido la oralidad de la terapia, que pela la cebolla
del inconsciente, por la escritura de lo desconocido, de la angustia, de la
obsesión, de la duda. Escribe un libro sobre la escritura para no escribir, y
lo titula Escribir, del mismo modo
que su hermano mayor muere para no morir (no envejecer, no madurar, no
agonizar), cuando no puede/quiere follar. El psicoanalista le plantea la
necesidad del juego dentro de la escritura, en el sexo, en la comida, en el
crecimiento, y la necesidad del placer como motor y energía.
En agosto, pero
aún en el 2004, desde la isla de La Palma, en Breña Baja, escribo:
Quiero escribir una
novela sobre un adolescente que se desilusiona al crecer, pero que luego
descubre que hay vida después de la muerte. Cágate. Una polla.
Quiero escribir
una novela sobre un astrofísico / albañil / periodista / senderista / camarero
filósofo. Un huevo, vaya rollo.
Quiero escribir
una novela que trate de un padre de familia que tuvo una relación homosexual en
su juventud, que participó en la violación de una menor inglesa en un
campamento de verano, y que se entera de que su hijo quiere ser homosexual por
moda, aunque dice que no lo es.
Quiero escribir
una novela acerca de un hombre solo, que a los 45 años se da cuenta de que le
han engañado, que lo de la liberación sexual era mentira, lo de que las drogas
liberan, lo de que la cultura nos hace libres y lo de que el hombre es igual a
la mujer, o menos, y que tiene una deuda histórica que pagar por todos los
antiguos atropellos como los de los conquistadores españoles. Joder, qué frío.
Quiero escribir
la historia de un sacerdote que no sabe si es homosexual, o si es el demonio
que le tienta.
No quiero
escribir un coñazo, es decir, una reflexión sobre el paso del tiempo, la
juventud y la vejez.
No quiero una
novela autobiográfica, aunque siempre lo sea.
No quiero escribir
sobre mi puta madre, ni para mi puta madre (esto lo escribí antes de que se
muriera, 4 años antes, cuando se empeñaba en decir cada vez que le llevaba un
libro infantil-juvenil: Ay, hijo, a ver si escribes una novela para adultos,
para que yo la lea).
No quiero
escribir algo que ya me aburra antes de escribirlo.
No quiero
escribir una novela light, ni una
novela densa. Y puestos a escoger, claro está, me quedo con la más ligera.
No quiero
escribir. ¿Será eso?
No quiero
escribir “No quiero escribir”.
No quiero
escribir “No quiero escribir «No quiero escribir»”.
No quiero dar en
el blanco al escribir de puta chorra, pero no quiero escribir la joya de la
literatura minimalista.
No quiero
escribir una novela de culto.
No quiero
escribir una novela de género, porque no tengo ni puta idea de las novelas de
género. Aunque, bien pensado, si recuerdo lo que me pasó con Pelo cepillo, ahora podría escribir una
novela policiaca, o de ciencia-ficción, o de reinos míticos, y hasta histórica,
sin tener idea, o por no tener idea, y que funcione.
Otra mosca
muerta con el matamoscas verde. Que se joda.
No quiero
escribir una novela que ya esté escrita, aunque no me queda más remedio que
escribir, si es que escribo, una novela que ya esté escrita.
No quiero
escribir una novela llena de paradojas lingüísticas, que quedan de puta madre
al escribirlas, pero que son un coñazo al leerlas, excepto para aquellos que lo
tomen como liturgia, en cuyo caso alucinan un rato en vez de fumarse un canuto,
que es lo que tenían que hacer.
024
Me gustan los
coches Dinky-toys, y los Corgi-toys, a escala diminuta, como los
que coleccionaba Coke. El cabrón tenía hasta un garaje con ascensor que le
había construido el padrino, Juan Rafael, nuestro tío dominico que se casó con
Mercedes, una feligresa, y le puso de nombre a su primer hijo Juan Pablo, antes
de que existiera el primer papa Juan Pablo, en agradecimiento a Juan XXIII y a
Pablo VI que le dejaron casarse. Vaya pelotas. Juan Rafael, que era cojo, pero
jugaba al fútbol, me dio la primera comunión. Ahora está muerto, como sus dos
papas.
Me dice Bea
(esto es del 2008, o sea, que me lo dijo hace 12 años, cuando vivíamos en la
dacha de Hervás) que su hermano está preocupado porque en el blog hablo mucho
de la muerte (entonces tenía blog). ¿No estará deprimido?, pregunta. Ella le
dice que no, que debe de ser el constipado, o la muerte de otros, que soy muy
impresionable. Pero luego me lo pregunta a mí, por si acaso: ¿No estarás
deprimido? Le digo que no, que solo es el constipado, y que es verdad que hablo
mucho de la muerte, pero que en realidad no es la muerte como tal, sino la
dualidad, el sí y el no, vida y muerte, amor y desamor, ser y no ser, femenino
y masculino, vacío y todo, el Ying y el Yang, escribir y no escribir. Ella me mira,
un poco asombrada. Joder, es verdad, no lo había pensado, dice, y se queda un
rato en silencio.
La vida es una
verbena, llena de chuches y muñecas chochonas que lloran cuando les estrujas
una teta. Si tienes mala suerte, viene un chorizo y te quita la cartera. Si la
tienes buena, la reina del baile te dice que sí, y te deja que te arrimes. Y
por lo demás, polvo, coches de choque, luces de colores, empujones, el tren de
la bruja, y niños corriendo de un lado para otro. Entras por una puerta y sales
por la otra, y parece que la feria es la misma cada año, cada vida.
¿Reencarnarse y empezar de nuevo? Qué fatiga. Otra vez al cole, a los deberes,
a las collejas en el patio, a los mocos en invierno, a los granos, al miedo, a
los dientes que se caen, a las novias que te engañan, a los padres que se
mueren, a los cabrones que te timan, a las enfermedades, a los golpes, al
hambre, a las heridas. No me jodas. Yo no estoy deprimido, pero con una vida
basta. ¿Y todo lo bueno? ¿No hay nada? Pues claro que sí, son infinitas.
Imperdonables. Irresistibles. Como decía Cernuda: “Si muero sin conocerte, no
muero, porque no he vivido”. Y con todo y eso, digo lo mismo: con una vida
basta.
Un hombre se
ahoga en la bahía. Agita los brazos desesperado, incapaz de mantenerse a flote.
Yo lo veo aparecer y desaparecer bajo las aguas, una y otra vez, entre
manotazos convulsos. Estoy cerca, sobre una roca, y apenas nos separan quince
metros. Le oigo pedir auxilio, y me mira con asombro en mitad de la agonía, sin
comprender qué me impide lanzarme al agua y salvarle la vida. La visión de su
muerte segura me hipnotiza. No puedo apartar los ojos de su agonía. Solo
estamos él y yo, y ninguno de los dos sabemos nadar.
Y además, y no
es el último, tengo este otro esquema que nunca desarrollé:
Una niña, Sara,
está convencida de que es bruja, porque a veces sus deseos se cumplen, y
empieza a intentar no desear nada, para que no ocurran más desgracias.
Un niño, Yago,
hijo de un trapecista y la administradora de un circo, tiene sueños tan intensos
y extensos que duda acerca de cuál es la realidad, si la del sueño o la del
exterior del sueño.
Un hombre,
Marconio, que ha perdido una pierna a causa de un accidente de moto se dedica a
construir aviones de madera de balsa y papiroflexia.
12 capítulos de
15 páginas cada uno (5.000 palabras x 12 = 60.000 palabras) = 180 pág.
1. El mundo
ordinario: Yago lucha con todo tipo de seres y dificultades en el mundo onírico
en el que vive. El suelo es una trampa de arenas movedizas. Sueña con Sara, la
niña bruja. Los murciélagos gigantes despiertan al anochecer. Hay una pared de
agua que no se sabe dónde va, a otro mundo en el que se oyen gritos.
2. La llamada de
la aventura: Una descarga eléctrica le sugiere que debería salir. Hay que
atravesar un túnel, un pasadizo y lanzarse por un acantilado con nubes.
3. El rechazo de
la llamada: Yago se niega. Le da miedo. Su hermano Andrés insiste, pero él no
quiere lanzarse al vacío.
4. El encuentro
con el mentor: Se encuentra con una estatua parlante. La estatua le dice que
tiene que seguir el camino de su hermano, pero con más energía.
5. La travesía
del primer umbral: El hermano agoniza y muere. Él tiene que buscar el conjuro
que lo salve.
6. Las pruebas,
los aliados, los enemigos: Aterriza de golpe en su habitación, y se ve a él
mismo durmiendo. No puede tocar nada, es transparente y atraviesa paredes, pero
no puede hablar ni ser visto.
7. La
aproximación a la caverna más profunda: Tendrá que atravesar el fuego,
contactar mentalmente con los enfermos terminales, huir de los murciélagos que también
están ahí, de hombres lobo y de otros fantasmas.
8. La odisea (el
calvario): Se quema, muere y resucita, presencia la muerte de otros, vive en la
piel de otros, muere otra vez, resucita, se asfixia.
9. La
recompensa: Recupera su cuerpo, herido, pero tangible. No es el cuerpo que
quisiera, es más feo y más viejo, pero es suyo, y existe.
10. El camino de
regreso: Intenta contactar con otros a los que ha conocido, pero la mayoría han
muerto. Otros no le conocen. Otros no le perdonan, otros son imposibles de
encontrar.
11. La
resurrección: El mundo es horrible y hermoso a la vez. Nadie es mejor que
nadie, solo existe, o ni siquiera eso. La vida es eso: vivir y morir, sin
diferencias.
12. El retorno
con el elixir: Escribe este libro, no sabe para quién, ni para qué. Es la
fórmula secreta que nadie podrá entender, pero tiene que hacerlo. Tal vez no le
sirva a nadie, o tal vez sí, o solo en parte, o a uno, o a ninguno, o a sí
mismo.
Pero ya ves, no
me convence ninguno. Es posible que todos esos argumentos sean buenos. Todo
depende del desarrollo. Bueno, no es verdad que todo dependa del desarrollo.
Hay argumentos que son una caca, y la novela que sale de ellos tiene un 99,9 %
de posibilidades de ser una caca. Y hay libros estupendos, aunque a mí
probablemente no me gusten, que no tienen argumento.
025
Aún recuerdo
cuando Santi, hace 40 años, me dijo que tenía un amigo, seguramente argentino o
inventado, que había escrito una novela de 500 páginas contando que un hombre
acerca su mano derecha al pomo de una puerta, lo hace girar muy despacio, y
está a punto de abrir la puerta, y tal vez entrar. Punto. 500 páginas. A mí me
cae eso encima y me pego un tiro. No me jodas. Y me da igual que como lector,
antes de empezar, con ese panorama, leyendo esa sinopsis en la solapa o en la
cuarta de cubierta, te hagas preguntas del tipo ¿Qué habrá detrás de esa
puerta? ¿De dónde viene ese hombre? ¿A qué le tiene miedo? ¿Habrá quedado con
alguien? ¿Estamos en el planeta Tierra? ¿Es un hombre, o un extraterrestre
disfrazado de humano? ¿Se educó en un colegio público o en uno privado? Da
igual, 500 páginas son demasiadas páginas para estar con la mano agarrada al
pomo de una puerta, por más que el pensamiento sea veloz, y en cuestión de
segundos le pase por la memoria toda su vida, a cámara ultrarrápida. ¿Ciento
cincuenta mil palabras agarrado al pomo de una puerta? Ojalá se electrocute y
lo dejemos todo en un microcuento. Al menos, si lo vas a tener ahí de pie,
parado, ponlo ante un pelotón de fusilamiento, como al coronel Aureliano
Buendía. ¿Qué te cuesta? ¿Acaso cobran mucho los secundarios y los extras en tus
novelas? ¿Los del sindicato de escenógrafos, luz y sonido te hacen huelga? No,
¿verdad? Pues hala, a currar, que se hace tarde.
Contaba antes,
todo siempre ha sido antes, el futuro no existe, ni va a existir nunca, porque
cuando lleguemos a él ya será presente, y pasado, ¿ves cómo me lío?, contaba
antes que se puede fingir un monólogo interior salpimentando con cinco o seis
obsesiones recurrentes una cadena de palabras ininterrumpidas, una logorrea
descontrolada. Así se finge un monólogo, como se finge un orgasmo. Lo que
importa no es lo que es, sino lo que parece. La mujer del César no solo
debe ser honrada, sino también parecerlo, dijo Julio César.
Y si se puede fingir un monólogo, se podrá también fingir que un argumento
tiene vida, que es real como la vida misma, que me acuerdo muy bien de lo que
no ha sucedido nunca, añadiendo detalles, sal y pimienta, ambientaciones y
decoraciones con los cinco sentidos, en la acción y en el decorado por donde se
mueven los personajes. Escribir es mentir despacio, le dije al periodista
Ildefonso Cabezas cuando me entrevistó para el periódico Chamberí después de ganar el Premio Lazarillo. Y me quedé bien a
gusto. Todavía lo repito en mis clases de Escritura Creativa, y en los talleres
y encuentros con lectores de institutos de secundaria: Escribir es mentir
despacio. Me gusta. Me lo quedo. Se puede, y se debe, incluso, poner detalles
insólitos, porque eso es lo que recuerdan más vivamente los lectores. Poner
cocodrilos encima de las camas, decía mi amigo Ángel Zapata. Viajar en un avión
de transporte lleno de bañeras. Recuerdo que David Torres me decía que en su
novela, El gran silencio, finalista del
Premio Nadal, se había empeñado en poner a unas bailarinas sobre hielo en la
pantalla del televisor del bar donde el boxeador iba a beber, porque era un buen
contrapunto: Boxeo y danza sobre el hielo.
Esos detalles,
jarrones, adornos, vestuario, attrezzo, escenografía de la obra pueden ser:
- Música,
que se oye de fondo, la banda musical, que va cambiando, claro.
- Olores,
corporales y ambientales, incluyendo temperatura sobre la piel. O de dentro
afuera.
- Noticias
del momento, inventadas o reales.
- Recuerdos,
asociaciones libres, sueños, pero de eso, poco y menos, que ralentiza la
acción.
- Detalles
absurdos de ropa, nombres, objetos, gestos, cicatrices.
- Referencias
literarias, metaliteratura, a otros libros.
- Metaescritura.
No, eso casi que no. La metaescritura, la deconstrucción, es divertida para el
que la ejercita, pero no me queda claro que le guste al que lo lee. Es verdad
que conocer pequeños gajes de un oficio, panadero, fontanero, enfermero, da
vida al relato, y escribir es un oficio, ¿no? Pero aún así, y a pesar de que
esto que estoy escribiendo es pura y dura metaescritura, no sé si recomendarlo
en una novela. Ni siquiera en El
resplandor, o en Misery, con
protagonistas novelistas.
- Viajes,
desplazamientos.
- Obsesiones,
rencores, esperanzas, sospechas.
- Sexo.
Amor.
- Enfermedad,
accidentes, dolor.
- Remordimientos.
Violencia, casi gratuita.
- Humor.
Venganzas.
- Distintos
escenarios: Baño, autobús, desierto, aula, furgón policial, piscina,
invernadero, Hamman, Zulo secuestro, féretro, estadio de fútbol, útero, cuarto
de contadores, gimnasio, frutería, ala delta, psicoanalista, circo, imprenta,
iglesia, MacDonalds.
026
“IMAGÍNATE: ME
AHOGO.” Así empezaba uno de los poemas que más me gustaban de J. Ramón
Blázquez, que yo creo que salió en aquel librito de poemas 7 x 7 Antología que publicamos en Bilbao por allá por 1974, antes
de morir Franco, con Karmele Larrabe (Cascabel), José Luis Morales, Eduardo
Rodrigálvarez (qué pena, se murió hace un par de años), Toty de Naverán, Rafael
Martínez y yo, en Comunicación Literaria de Autores, CLA, compartiendo catálogo
con Blas de Otero no, con el otro poeta vasco, me voy a acordar ya mismo, un
poco calvo, creo que ingeniero, qué raro, ¡Celaya! Gabriel Celaya. Te dije que
me acordaría de él. Bueno, pues imagínate, que es a lo que iba, que desarrollo
sin saber cuál es, la tercera de las propuestas, que es como hacer un ejercicio
de escritura en un Taller, con un tema propuesto de antemano por otro. No, no
una novela entera, no soy tan suicida, sino el comienzo, el prólogo, la
apertura. En plan redicho, Chema diría: En el frontispicio de mi disertación…
Y la tercera
propuesta decía (espero que no sea un espanto): “Teresa descubre / se encuentra
en el restaurante de Ikea con Marcos, un hermano gemelo de su marido, Alfredo.
Ni Alfredo ni Marcos saben de la existencia el uno del otro. Teresa y Marcos se
enamoran.”
ALFREDO Y
MARCOS: DOS POR UNO
No sé por qué me
dio ese empeño en comprar un árbol de Navidad, ni porqué decidí que Ikea era el
mejor sitio para encontrarlo. De verdad que no lo sé.
—A mí no me
preguntes, Teresa. Tú verás —me dijo Alfredo con el ceño fruncido cuando se lo
conté, mientras recogíamos los platos de la cena—. ¿Un árbol de Navidad? ¿En
Ikea?
Ya sé que Ikea
es una tienda de muebles, toallas, cuchillos, tiestos, bombillas, galletas de
jengibre y peluches de niño. Pero es que además tiene un restaurante,
autoservicio en realidad, y el filete de salmón con brócoli y salsa holandesa que
hacen allí me vuelve loca, qué le vamos a hacer. A Gina también le gusta mucho,
y le propuse que me acompañara. Nos vemos una o dos veces por semana, no es tan
raro. Ella siempre está dispuesta, y desde que se murió Sebas, está un poco
necesitada de amigas. Normal. Sebas era un encanto.
Así que la culpa
de que yo me tropezara con Marcos, que conociera a Marcos, fue del árbol de
Navidad y del salmón, a partes iguales. Y de Gina, que si me hubiera dicho que
no le apetecía, o que tenía una migraña de esas que le dan a veces, a lo mejor
no hubiera salido yo tampoco, por pereza, no sé. Me gusta el salmón de allí, ya
lo he dicho, pero comer sola en Ikea no me apetece mucho, aunque allí cada cual
va a sus cosas, a sus compras, sin molestar a nadie, eso es verdad. Pero Gina
dijo que sí, que me acompañaba. Quedamos a las 12, justo al mediodía, para
comer a la una y media o a las dos. Comprar un árbol de Navidad no tiene tanto
misterio, ya lo sé, pero también sé que una vez allí empiezas a ver los
adornos, una estrellita para la punta, unas luces que parpadean, paquetes de
regalo en miniatura, renos, flor de pascua, lazos, copos de nieve, bolas de
colores, bueno, ya se sabe: el paquete entero.
Alfredo y yo no
estábamos pasando por una buena temporada, para decirlo con suavidad. Él ya no
parecía tener mucho interés en mí. O quizá era yo. Tampoco sirve de nada tratar
de echarle la culpa a nadie, pero el resultado era que cada noche, cuando nos
metíamos en la cama, estábamos tan cansados los dos que ninguno hacía el menor
esfuerzo para acercarse al otro con intenciones perversas, ya me entiendes. Seis
años de casados aburren a cualquiera. No sé si le pasará esto a todo el mundo,
pero a nosotros sí. Apatía, desinterés, aburrimiento, creo que todo dice lo
mismo. En ocasiones envidiaba a Gina, pobre, ella ni lo sospecha, nunca se lo
he dicho, porque pensaba que al menos ella se había quedado viuda hacía ocho
meses, cuando Sebas aún era para ella su objeto de deseo, y viceversa. Eso dice
ella, pero también es posible que se engañe, que ahora que no está, idealice a
Sebas, la memoria de lo que fue. Era un buen tipo, desde luego. A todos nos
caía bien. Pero tampoco era perfecto, diga lo que diga ahora Gina. Yo no tengo arrestos
para llevarle la contraria, ni mucho menos. ¿Para qué, si ya está muerto? A mí
me caía bien, ya lo he dicho, pero, en fin, a veces se le iba la olla. Y la
mano. Una vez quiso enrollarse conmigo. Fue poco antes de las navidades del año
pasado. Nunca se lo he dicho a Gina. Ni se me ocurriría, no fastidies. Sebas
había bebido bastante esa noche. Y yo también. Cualquiera tiene un momento de
debilidad, ¿no? Pero no pasó nada. No nos enrollamos. Podíamos haberlo hecho,
ni Alfredo ni Gina estaban allí, y no se habrían enterado nunca. Aún así,
aunque Sebas tenía ganas, yo se lo notaba, esas cosas se notan, pues al final
todo quedó con un calentón. Yo también tenía ganas, no me preguntes porqué,
Sebas y yo éramos amigos, y sobre todo estaba Gina, mi amiga de siempre, mi
amiga eterna, y yo no soy una traidora. Nos besamos. Eso es todo. Es verdad que
nos besamos, y yo casi me corro del gusto. En esa época Alfredo y yo andábamos
distanciados, como ahora, y ni nos mirábamos casi, aunque no estábamos peleados
ni nada por el estilo. No sé por qué pasó lo que pasó, pero ahora Sebas está
muerto, y Gina es mi amiga, sigue siendo mi amiga, y jamás sabrá lo que hubo,
lo que no hubo en realidad, entre Sebas y yo. Cuando me acuerdo me siento como
en deuda, como si al final sí que la hubiera traicionado. Bueno, un poco sí, de
acuerdo, pero tampoco tanto. Solo un beso, y estando borrachos los dos. No debió
haber pasado, lo sé, pero pasó, qué le vamos a hacer. Ya está olvidado. Nunca
pasó, ya está. Olvidado.
Yo llegué a Ikea
antes que Gina. Ella siempre llega tarde, así que quedamos directamente donde
los árboles de Navidad, para que la que llegara primero no tuviera que estar
esperando en la puerta como una boba. La que llegara primero ya sabíamos las
dos que iba a ser yo. No me importó, porque a fin de cuentas era para comprar
mi árbol de Navidad, no el suyo. Ella no quería ningún arbolito. Ahora no.
Antes, con Sebas, siempre lo ponían, en el centro del salón, y lo adornaban
entre los dos, y por eso, justo por eso, ahora decía que ni loca iba a poner un
árbol que le recordase a cada segundo que Sebas ya no estaba, y que iba a pasar
la Navidad sola.
No fue difícil
encontrar los árboles. De camino, en el coche, pensé, ¿y si no tienen árboles
de Navidad? Vaya chasco. Y entonces, ¿qué? Pero las comeduras de cabeza solo
duraron el tiempo que tardé en llegar, porque sí que tenían árboles de Navidad,
y los tenían en la puerta misma. No hacía falta ni entrar. Abetos y pinos,
grandes y pequeños, naturales, artificiales, con lucecitas, de plástico blanco,
de diseño futurista, y hasta de cartón reciclable. Me gustó mucho uno blanco,
todo blanco, como si estuviera hecho de nieve, con luces cambiantes, que no
parpadeaban, sino que hacían lentas transiciones de un color a otro. Me pareció
que en el salón, junto al televisor, podía dar un toque cálido, un poco como de
pub irlandés, o discoteca pequeña, de esas a las que íbamos antes, a los veinte
años, para jugar a ponernos calientes. A lo mejor, y eso lo pensé desde antes
de decidir comprar el árbol, para eso en realidad era el árbol, con eso se le
despiertan a Alfredo las ganas de tú ya sabes qué. Ahí, tumbado en el sofá, con
las lucecitas suaves de colores, una copa de vino, o dos, algo de música
relajante, o reguetón, que también vale, y hale hop, encuentros en la tercera
fase. ¿Por qué no? Todo era cuestión de intentarlo. Valía la pena hacer el
esfuerzo. No me imaginaba la tortura que podría llegar a ser las otras
posibilidades, siempre presentes, siempre amenazantes: un divorcio dentro de
tres años, vuelta a casa de los padres, o vivir sola, y volver a poner la noria
de bares y lugares de encuentro de nuevo. Ahora con buscadores de Internet, de
acuerdo, pero vuelta a contar tu vida a los demás, a sonreír como una boba con
los chistes malos de los nuevos pretendientes, a ponerse en el mercado antes de
que se pase el arroz. Vaya pereza. Hay personas a las que les gusta buscar,
experimentar, descubrir y conquistar. A mí no. A mí me parece una tortura, una
pérdida de tiempo, un aburrimiento. Más vale malo conocido, que bueno por
conocer. Esa soy yo. Que me dejen con Alfredo, pero con un poquito más de
chispa, que no es tan difícil. ¿O sí que lo es?
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