jueves, 21 de abril de 2011

Narraciones imposibles

Lo absurdo, lo contradictorio en sí mismo, es una de las mejores fuentes de la creación literaria. No hablamos sólo de lo imposible o lo que nunca ha sucedido (en realidad toda la ficción son historias que no han ocurrido), sino lo que está más allá de la comprensión misma. ¿Has oído hablar de un animal llamado catoblepas? Se habla de él en numerosos libros desde la Edad Media, y su característica más importante es que se alimenta de sí mismo. Se empieza a comer por los pies hasta que consigue devorarse completamente. Eso sí que es ser autosuficiente.

Y de la misma familia (deben de ser primos lejanos) es el prantocox del que nos habla Ursula Wölfel en el siguiente texto. Es un animal que existe porque se imagina a sí mismo. No sabemos cómo es un prantocox exactamente, porque incluso el que existía ha desaparecido, pero tal vez en algún momento pueda volver a autoimaginarse.


LA HISTORIA DE PRANTOCOX

Un prantocox fue al Registro de Habitantes. Quería ser habitante. El empleado le preguntó su nombre.
—Me llamo Prantocox.
El empleado escribió en el impreso de inscripción: "Apellido: Cox. Nombre: Pranto". Después le preguntó:
—Nacido, ¿cuándo?
—¡Hoy! —exclamó el prantocox, y el empleado le felicitó por su cumpleaños. Pero también quería saber cuántos años tenía ahora el prantocox.
—¡Es que hoy es la primera vez que me he imaginado a mí mismo! —dijo.
—¿Imaginado? —preguntó el empleado—. ¿Usted mismo se ha imaginado a sí mismo? ¿Se cree usted que todavía me llevan en brazos?
—Si quiere probamos —dijo el prantocox, y cogió al empleado en brazos y le subió en alto. El hombre pataleaba y se agarró fuerte a la lámpara.
—¡Maleducado! —gritó—. ¡Usted es imposible!
—¿Completamente y en absoluto imposible? ¡Ah, qué pena! —susurró el prantocox, y se fue haciendo lentamente invisible.
En ese momento llegó otro empleado. Vio a su compañero moviéndose en la lámpara.
—¡No! —gritó y cerró los ojos horrorizado.
El prantocox todavía pudo sentar al empleado en el sillón. Después ya no estaba. El empleado tenía razón: los prantocox son imposibles. Por eso no hay ninguno.

URSULA WÖLFEL: Veintinueve historias disparatadas



Tu trabajo no va a ser tan complicado como el del prantocox. No vas a tener que imaginarte a ti mismo antes de existir para poder existir, sino sólo imaginarte a otro bicho.

Pero, cuidado, no valen dragones, ni monstruos, ni fantasmas, ni nada facilito lleno de brazos, bocas, ojos y antenas. Tiene que ser un bicho que sea imposible en sí mismo, como el catoblepas o el prantocox. O como tú en algunas ocasiones.

Y una vez imaginado, sitúalo junto a otros animales más comunes, como los que habitan este mundo, haciendo amigos o enemigos, ayudando o molestando (depende de cómo sea el bicho). Pero acuérdate, eso sí, de concederle alguna característica humana que desentone con tu bicho: es muy tímido, o le gusta bailar rock-and-roll, o resolver ecuaciones de segundo grado, o ver películas de Walt Disney. Tú sabrás. El caso es que nos lo cuentes por escrito antes de que deje de existir.

lunes, 18 de abril de 2011

Lo cotidiano en verso

No pienses que la poesía tiene que tratar sólo de temas transcendentales y con un lenguaje oscuro y remilgado. En absoluto. Muchos de los que escriben así no son poetas, sino simplemente pedantes.

Si a mí me preguntaran que cuál es la esencia de la poesía, tendría que responder con que es algo así como la esencia de la vida. Dar con ella, y con su definición, me parece igual de difícil, y también igual de cotidiano. Hay palabras que son demasiado grandes y al mismo tiempo demasiado cercanas: amor, libertad, felicidad, solidaridad, esperanza… Puede que sea difícil definirlas (para ti, para mí y para cualquier vecino), pero cuando nos suceden sabemos distinguirlas bastante bien. Pertenecen a nuestra vida diaria, y nos son tan familiares como el cepillo de dientes, o el pequeño desconchón que hay en el techo de nuestro dormitorio.

Con lo cotidiano, con sucesos simples y cercanos, está construido este poema de Javier Rodríguez. No se necesita más, pero tampoco menos. Para el autor de este poema la esencia de la vida (y de la poesía) no está en las grandes hazañas ni en las revelaciones sorprendentes, sino en vivir con intensidad los pequeños encuentros de cada día.

NOMINATIVO LORETO

Loreto me ha regalado

una cartera de piel

para que mi documentación

no se mezcle

con pañuelos sucios,
bolígrafos sangrantes
y boletos de rifas.

La cartera guarda
todos mis carnés,
algunas direcciones

y dos o tres fotos al minuto
con las que me tengo
como si fuera
una mariposa
clavadita en un corcho.
El otro día un policía

me pidió la documentación

y yo, con un gesto de película

de serie be,

saqué mi cartera.

El policía miró la foto

para saber si yo era yo.

Cuando se lo conté a Loreto,

ella sonrió

y pensé
que estaba a punto
de pedirme la documentación

para asegurarse,

como el policía,

de que yo era yo.


JAVIER RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ: Tenemos que hablar



A la hora de escribir un poema de lo cotidiano, piensa en algo como esto:

• Cuando un amigo es tu amigo, ¿qué hace? ¿En qué pequeños gestos, en qué pequeños detalles se diferencia de los que no son tan amigos? ¿Cómo te lo demuestra?

• Cuando alguien te enfada, o te divierte, o te da pena, ¿qué haces tú? ¿Cómo se lo haces saber? ¿Qué sientes?

• Si un día estás especialmente feliz, aun sin saber muy bien porqué, ¿en qué te fijas cuando vas andando por la calle?

Esos son ejemplos de argumentos para auténticos poemas. Sólo tienes que sentir lo que dices, o decir lo que sientes, con las mismas palabras que utilizas normalmente. La esencia del poema está en la sinceridad de la escritura, no en la artificialidad del lenguaje.

jueves, 14 de abril de 2011

Malos tiempos para la lírica

Un poema del siglo XXI

Cuando se habla de los poemas que se van a escribir a partir de ahora, en este siglo XXI que comienza, yo creo que muchas personas (tal vez también tú) imaginarán lenguajes informáticos, fusión de idiomas, y sobre todo en bits, chips, chats, webs y e-mails. Pero yo no creo que vayan por ahí los tiros. A mí me parece que, muy por encima de la red de redes y del Windows 2000, los poetas seguirán observando y hablando de las personas que viven con nosotros, aunque a veces parezca que los ordenadores tratan de ocultarlas.
Quizá el siglo XXI será el de las grandes emigraciones, el de las guerras imperdonables, el de las injusticias. Ojalá me equivoque.
La letra de la canción que puedes ver bajo estas líneas pertenece a Manu Chao, antiguo líder de Mano Negra. La mezcla de músicas étnicas presentes en sus discos sí se corresponden con el siglo que comienza.


CLANDESTINO
Solo voy con mi pena, sola va mi condena,
correré mi destino para burlar la ley.

Perdido en el corazón de
la gran Babilón,
me dicen el clandestino por no llevar papel.

Pa' una ciudad del Norte yo me fui a trabajar,
mi vida la dejé entre Ceuta y Gibraltar.
Soy una raya en el mar, fantasma en la ciudad,
mi vida va prohibida, dice la autoridad.
Solo voy con mi pena, sola va mi condena,

correré mi destino por no llevar papel.

Perdido en el corazón de la gran Babilón,

me dicen el clandestino, yo soy el quebra-ley.

Mano negra, clandestina.

Peruano, clandestino.

Africano, clandestino.

Marihuana, ilegal.

Argelino, clandestino.

Nigeriano, clandestino.

Boliviano, clandestino.

Mano negra, ilegal.


MANU CHAO: Clandestino



Y llega tu turno. Piensa, ¿cómo imaginas un poema del siglo XXI? Bueno, no, no lo imagines: mejor escríbelo. Si alguien tiene toda su vida pendiente de este siglo, ese eres tú. Así que nadie mejor para empezar a describirlo.
Es fácil. Seguro que hay algo que te preocupa. Pero de verdad, no por quedar bien. No digas que te preocupa el futuro de los indígenas filipinos, o la capa de ozono, o los delfines, si en realidad no es verdad, si no lo sientes realmente. Pero seguro que hay algo o alguien que sí, que aunque no eres tú ni depende de ti, crees que debería ser de otra manera. Escríbelo en un poema, como un conjuro para que suceda en el futuro. Un poema del siglo XXI, ni más ni menos. Ese será el asunto de tu poema.

martes, 12 de abril de 2011

Jugar al despiste

Una buena historia, con un buen argumento en su interior (Don Juan Tenorio, Romeo y Julieta, La Cenicienta, La Odisea…) se escribe no una vez, sino muchas, a lo largo de la historia. Y lo hacen distintos escritores en diferentes épocas y países. Y lo seguirán haciendo en el siglo XXI y en el XXII. Las buenas historias, además de ser eternas, tienen la capacidad de poder contarse una y otra vez como si fueran nuevas. Por supuesto, unas versiones serán mejores y otras peores, dependiendo de la habilidad del escritor que las reescriba, pero de eso no tendrá la culpa el argumento.

La Odisea, ese viaje de Ulises a la deriva por el mar Mediterráneo, 20 años buscando el camino de regreso a Ítaca, se ha reescrito cientos de veces desde la primera versión de Homero. Y son muy pocas comparadas con las veces que se volverá a escribir en el futuro.

Aunque siempre sea el mismo Ulises, el navegante a la deriva, sin embargo lo veremos transformado en un soldado infiltrado detrás de las líneas enemigas, o en un borracho que va dando tumbos por Dublín de taberna en taberna, o en un emigrante marroquí sin papeles, o en una niña abandonada en un orfanato, o en un religioso que ha perdido la fe. Incluso el Quijote podría entenderse también como un Ulises perdido en tierras manchegas. Todos viven el viaje de Ulises. Sólo hace falta comprender su historia, transformar el texto, y volver a escribirlo como si sucediera en otro lugar y bajo otros nombres. Eso también es literatura, en una de las tradiciones de creación más poderosas y respetadas de todos los tiempos. No lo confundas nunca con el plagio.


EL PRECURSOR DE CERVANTES
Vivía en El Toboso una moza llamada Aldonza Lorenzo, hija de Lorenzo Corchelo, sastre, y de su mujer Francisca Nogales. Como hubiese leído numerosísimas novelas de estas de caballería, acabó perdiendo la razón. Se hacía llamar Doña Dulcinea del Toboso, mandaba que en su presencia las gentes se arrodillasen, la tratasen de Su Grandeza y le besasen la mano. Se creía joven y hermosa, aunque tenía no menos de treinta años y las señales de la viruela en la cara. También inventó un galán, al que dio el nombre de don Quijote de la Mancha. Decía que don Quijote había partido hacía lejanos reinos en busca de aventuras lances y peligros, al modo de Amadís de Gaula y Tirante el Blanco. Se pasaba todo el día asomada a la ventana de su casa, esperando la vuelta de su enamorado. Un hidalgüelo de los alrededores, que la amaba, pensó hacerse pasar por don Quijote. Vistió una vieja armadura, montó en un rocín y salió a los caminos a repetir las hazañas del imaginario caballero. Cuando, seguro del éxito de su ardid, volvió al Toboso, Aldonza Lorenzo había muerto de tercianas.
MARCO DENEVI: Falsificaciones


Busca una historia que conozcas bien y que te guste. Puede ser la de El soldadito de plomo, Terminator, Los tres cerditos, Fray Perico, Blancanieves, E.T. (¿es otra versión de Ulises?) o El patito feo. Y transfórmala. Es decir:

• Haz que suceda en otro lugar: bajo el mar, en la selva, en tu instituto, en una nave espacial…
• Haz que los personajes cambien de nombre y de aspecto: que los que eran animales ahora sean personas; que cambien de sexo; y que alguna persona de la historia original sea ahora un animal.
• Y en otra época: ¿En la prehistoria? ¿En este año? ¿En el siglo XXV?

domingo, 10 de abril de 2011

Corresponsal de guerra

Narrar un acontecimiento

Un corresponsal de guerra tiene que saber escribir, y tiene que saber describir lo que pasa en el frente de batalla. Los lectores no están allí para verlo, y su trabajo consiste en contarles, como si del capítulo de una novela se tratara, algo que no es una novela de ficción, sino una realidad.
Un buen corresponsal de guerra acaba siendo un buen escritor. Hemingway lo fue, y Pérez Reverte también, y Bartolomé de las Casas, y Orwell. Si alguien es capaz de contar algo que está sucediendo y atrapar la atención del lector, es que tiene madera de escritor. Porque lo que importa no es tanto lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Una buena historia desaparece cuando el que la narra no sabe hacerlo. Eso es lo que pasa con los que cuentan chistes sin tener gracia para contarlos: sólo los revientan, los destripan, pero no logran hacer reír a nadie.
Los buenos autores saben contar sucesos mínimos como si fueran grandes batallas. Ese es el secreto.

Y así lo hace Goscinny. Tal vez su nombre no te suene en un primer momento, pero si te digo que escribió las historias de Astérix y Obélix, y las de Lucky Luke y los hermanos Dalton, puede que ya te suene más. Son historias de batallas entre galos y romanos, o de vaqueros en el oeste norteamericano, o de niños en un colegio normal, como las de El pequeño Nicolás. Fíjate en ésta que comienza así:


VINO EL INSPECTOR
La maestra entró en clase muy nerviosa. —El señor inspector está en la escuela —nos dijo—, cuento con vosotros para que seáis buenos y causéis una excelente impresión. Prometimos que nos portaríamos bien, y, además, la maestra no tiene por qué preocuparse, pues casi siempre somos buenos. —Os advierto —dijo la maestra— que es un inspector nuevo. El viejo ya estaba acostumbrado a vosotros, pero se ha jubilado... Después la maestra nos hizo montones y montones de recomendaciones; nos prohibió hablar sin que nos preguntaran, reír sin su permiso, nos pidió que no dejáramos caer canicas como la última vez que vino el inspector, que se encontró de pronto tirado en el suelo; le pidió a Alcestes que dejara de comer cuando el inspector estuviera allí, y le dijo a Clotario, que es el último de la clase, que no llamara la atención. A veces me pregunto si la maestra nos toma por payasos. Pero como queremos mucho a la maestra, le prometimos todo lo que quiso. La maestra miró todo bien para ver si la clase y nosotros estábamos limpios, y dijo que la clase estaba más limpia que algunos de nosotros. Y después le pidió a Agnan, que es el primero de la clase y su ojito derecho, que pusiera tinta en los tinteros, por si el inspector quería hacernos un dictado.
RENÉ GOSCINNY: El pequeño Nicolás



Y llega tu turno. Se trata de que cuentes una batalla, pero sin muertos. Una batalla insignificante, de las que nunca saldrán publicadas en los periódicos. Una batallita. Pero, eso sí, como si fuera la guerra definitiva contra los invasores extraterrestres.

Puede ser el momento preciso de la salida al patio de recreo, entre empujones y carreras; o un partido de fútbol entre 2ºA y 2ºB; o el día en que el tutor o la tutora lee las notas trimestrales; o el último examen de Educación Física; o la famosa pelea entre Andrés y Carolina…
Recuerda: no es tan importante lo que se cuenta como el cómo se cuenta.

viernes, 8 de abril de 2011

La novela de tu vida

El índice de la novela

Hay muchos escritores que afirman que escribir una novela es su forma de vivir otras vidas que les han sido negadas. Escribiendo pueden cambiar de sexo, nacionalidad, época histórica, profesión, fortuna… Algunos alumnos saben, ya desde la infancia, que han nacido para ser músicos, o deportistas, o científicos, o explorados. Es algo que muchos llaman vocación. Lo saben casi desde el primer momento, y mantienen sus preferencias durante toda su vida.

¿Y los escritores? ¿Saben los escritores que quieren ser escritores ya desde la infancia? Pues la mayoría no. La mayoría lo descubre con el tiempo. Y tal vez, sólo tal vez, lo que descubren es precisamente que les gustaría tener muchos oficios a lo largo de su vida. Ser médicos, astronautas, vagabundos, arquitectos, cantantes, políticos, soldados o hechiceros. Les gustaría vivir en muchos sitios, en mundos reales y en mundos fantásticos. Y eso nadie puede hacerlo. Sólo los escritores, cuando escriben, viven otras vidas, y con la misma intensidad, y a veces más, que las vidas reales.


LITERATURA
E
l novelista, en mangas de camisa, metió en la máquina de escribir una hoja de papel, la numeró, y se dispuso a relatar un abordaje de piratas. No conocía el mar y sin embargo iba a pintar los mares del Sur, turbulentos y misteriosos; no había tratado en su vida más que a empleados sin prestigio romántico y a vecinos pacíficos y oscuros, pero tenía que decir ahora cómo son los piratas; oía gorjear a los jilgueros de su mujer, y poblaba en esos instantes de albatros, y grandes aves marinas los cielos sombríos y empavorecedores. La lucha que sostenía con editores rapaces y con un público indiferente se le antojó el abordaje; y la miseria que amenazaba su hogar, el mar bravío. Y al describir las olas en que se mecían cadáveres y mástiles rotos, el mísero escritor pensó en su vida sin triunfo, gobernada por fuerzas sordas y fatales, y a pesar de todo fascinante, mágica, sobrenatural.
JULIO TORRI: Meditaciones críticas

Ahora imagina tu novela. Tu primera novela ya escrita, firmada por ti, terminada y publicada. ¿Cómo lo has hecho? ¿Has tardado mucho tiempo? Seguro que sí. Las cosas bien hechas necesitan tiempo. En el caso de una novela se puede tardar años. Es como proyectar, construir y decorar un edificio de diez o doce plantas, con todas sus viviendas, oficinas, ascensores, cañerías…
Por eso es importante que sepas que antes de escribir una novela, conviene hacer proyecto, un guión, un resumen, un índice de la novela. Así lo hacen todos los escritores. ¿Te imaginas que alguien construya un edificio sin hacer sobre papel un proyecto previo? ¿Acaso crees que se mantendría en pie? Pues del mismo modo que hay edificios que se derrumban por no estar bien calculados, también las novelas "se caen" (de puro malas) cuando no están bien diseñadas.
Escribe ahora el índice de tu próxima novela. Piensa que tiene que tener, al menos, diez o doce capítulos, y que en cada capítulo tiene que suceder algo: un viaje, un misterio sin resolver, una conversación reveladora, una persecución, un descubrimiento, un accidente, una escena de peligro o de suspense…

No se trata de que escribas la novela ahora, sino el guión: tres o cuatro líneas para cada capítulo. Piensa que puede estar escrita en primera persona, y que en ese caso tú eres el o la protagonista de la historia (real o irreal); o que la puedes escribir en tercera persona, y hacer que el protagonista sea… quien tú quieras.

miércoles, 6 de abril de 2011

La mínima expresión (Hipérboles)

Exagerar es una forma de crear hipérboles, un ejercicio creativo, una figura retórica que busca dar mayor expresividad al lenguaje. Al hacerlo, a ser posible, hay que añadir el sentido del humor. Recuerdo que yo era muy exagerado de pequeño, y que mi madre me decía: "Te he dicho cien millones de veces que no seas exagerado". A mí me hacía gracia, claro, pero me tenía que callar porque me lo decía más enfadada que un cartero buscando Barrio Sésamo.

Hay muchos modos de exagerar, y las hipérboles se pueden construir a partir de cualquier ingrediente. Todo depende del ingenio de cada cual. Hay muchas expresiones hiperbólicas que han pasado al lenguaje común, y de tanto usarse se han convertido en tópicos: Más largo que un día sin pan, Más pesado que una vaca en brazos…

En los modelos que hemos seleccionado siempre hay una referencia al cine o la televisión, para que veas que a partir de las últimas tecnologías también se pueden seguir creando hipérboles desmesuradas. Es un ejercicio creativo que mezcla el ingenio, la fantasía y el humor.

EXAGERANDO

• Tiene más goteras que el baño del Titanic.
• Tiene más mocos que la cama de Alien.
• Vas a acabar peor que el edredón de Espinete.
• Tienes más peligro que los Gremlins cantando bajo la lluvia.
• Estás más atacado que la nave de Star Trek.
• Tienes más tontería que el salpicadero del coche fantástico.
• Descansas menos que Bruce Willis en La jungla de cristal.
• Eres más desagradable que la niña de El exorcista.
• Es más complicado que jugar con King-Kon a las cocinitas.
• Eres más peligroso que Rambo en un restaurante vietnamita.
• Está más mosqueado que el casero de El fugitivo.
• Tiene menos gracia que regalarle a Stevie Wonder una película de cine mudo.
• Es más larga que la infancia de Heidi.
• Es más desagradable que el lavado de estómago de Tiburón II.
• Es más superficial que el sentido del humor de Freddy Krugger.
• Cantas peor que el pato Donald comiendo polvorones.
• Es más grande que la caja de pinturas de Walt Disney.
• Eres más cursi que un especial de La casa de la pradera.
• Trabajas menos que el sastre de Tarzán.


Y ahora te toca a ti. Ponte las pilas y empieza a exagerar (no será la primera vez). De todo lo que se te ocurra: tus compañeros de clase, programas de televisión, libros, edificios, profesores, juegos, ropa, cualidades, objetos, acciones…

Pero ten en cuenta que no es lo mismo exagerar que insultar. Para exagerar se necesita ingenio y sentido del humor, mientras que para insultar basta con tener ganas de hacer daño.

Algunas de tus hipérboles pueden empezar así: Los exámenes por sorpresa me gustan menos que… Mi amigo Carlos es más raro que… En el pueblo de mis abuelos hace tanto frío que… Cuando el jefe de estudios se enfada parece que… La película del martes era más aburrida que…

Y una última pregunta: ¿Quién es el más hiperbólico de tu familia? ¿Tú?

lunes, 4 de abril de 2011

En la piel del otro (Cambio de narrador)

Si yo soy yo porque soy yo, y tú eres tú porque eres tú, yo soy yo y tú eres tú: Si, por el contrario, yo soy yo porque tú eres tú, y tú eres tú porque yo soy yo, entonces ni yo soy yo ni tú eres tú. Parece un trabalenguas sin sentido, entresacado de la obra de teatro Arte, de Yasmina Reza, pero tiene más enjundia de la que parece a simple vista.
A pesar del equilibrio necesario para poder decir "yo soy yo porque yo soy yo", todos necesitamos a los demás. Tenemos que saber qué les pasa, qué sienten, qué piensan. Y para eso tenemos que ponernos, figuradamente, en la piel del otro. Tenemos que cambiar de narrador.
Por ejemplo, en El secreto del lobo, su autor, Fernando Alonso, vuelve a contar el cuento de Caperucita Roja, pero desde la versión del lobo. En ella el lobo, que es vegetariano y tiene el pelaje rojo de tanto comer zanahorias, es ya un lobo viejo y sin dientes cuando conoce a Caperucita. Jamás se comió a los siete cabritillos, ni a los tres cerditos, y mucho menos a la abuela de Caperucita. Todo ha sido una invención de Caperucita para aprovecharse de él y dejarle en ridículo, así que antes de morir decide revelar su secreto. Lo malo es que casi nadie está interesado en conocerlo. Y eso es algo que pasa a diario en nuestro mundo. Oímos sólo lo que queremos oír, sólo lo que nos conviene.


EL LOBO ROJO
El lobo del bosque tenía muchos años a las espaldas y muchas aventuras en su recuerdo. Cuando la noche abría de par en par su boca de luna llena, el lobo miraba en su memoria. Entonces recordaba su fracaso con los siete cabritillos, su fracaso con el corderito que bebía agua en el arroyo, su fracaso con los tres cerditos... Y con cada año que pasaba, con cada fracaso recordado, al lobo se le fueron cayendo los dientes. Su último fracaso, su último diente perdido, había sido en la estúpida aventura del estúpido pastor bromista. Aquel pastor se había burlado una y otra vez de sus compañeros fingiendo que lo atacaba el lobo. Cuando ya ninguno de los pastores creía en sus gritos, el lobo se abalanzó sobre uno de los corderillos y… ¡Allí perdió su último diente! Desde entonces todos los corderos de la comarca comenzaron a burlarse de él: —Ahí viene el Lobo Desdentado! —¡Cuidado, hijos míos, no os vaya a comer! —¡Ja, ja, ja! Y el pobre lobo, avergonzado, se escurría entre los árboles, mascullando: —¡Hace falta tener mala pata! Todas las aventuras desastrosas han tenido que pasarme a mí.
FERNANDO ALONSO: El secreto del lobo



Mírate a ti mismo como si fueras otro. Imagina que por un momento dejas de ser Laura, o Daniel, y te conviertes en alguien que te observa desde fuera. Un observador que ve todo lo que tú ves y sabe hasta lo que piensas y sientes en cada momento. Un narrador omnisciente, vaya.
Y ahora haz que ese otro (el narrador omnisciente en tercera persona) escriba una página de tu diario personal desde ese punto de vista. Ya no puedes escribir: "Ayer me levanté con una sed terrible. Soñé que estaba perdido en el Sahara y que mi lengua se convertía en arena. Mi madre me preguntó…". Sino algo más parecido a esto: "Miguel (o Inés, o Sandra, o Julián, cualquiera que sea tu nombre) se despertó el miércoles con una sed terrible. Había estado soñando que se perdía en el Sahara y que su lengua se convertía en arena. Su madre le preguntó..."
Escribe de ti como si otro lo estuviera haciendo y cuenta lo que ha sucedido durante un día concreto de la semana pasada. No tiene por qué ser algo espectacular, sino concreto y verdadero.

sábado, 2 de abril de 2011

La granja de los animales

Fábulas en verso

La fábula es uno de los géneros literarios más antiguos de la historia. El primer fabulista conocido, y siempre imitado, fue Esopo, que vivió en Grecia seis siglos antes de Cristo. Luego siguieron Fedro, La Fontaine, Samaniego o Monterroso, cruzando 26 siglos de historia de la literatura. Aún hoy, a comienzos del siglo XXI se siguen escribiendo fábulas, y también lo harán en el siglo XXII, puedes estar seguro.
Nadie sabe bien cuál es el secreto para gozar de una vida tan larga y saludable. La fábula, ya desde su origen, no es mas que una narración literaria, generalmente en verso, con personajes animales que hablan y actúan como las personas. De las historias que se cuentan casi siempre se pueden entresacar algunas enseñanzas prácticas. Esas son casi las únicas leyes de la fábula. Y a pesar de eso las variaciones son casi infinitas.
Alguna vez deberías leer, si no lo has hecho todavía, La granja de los animales, de George Orwell. Es una novela corta magnífica. De fábula. Seguro que te gusta. Y diría aún más: si no te gusta, vuélvela a leer tantas veces como sea necesario hasta que te guste. Lo digo en serio.

LAS RANAS PIDIENDO REY
Sin Rey vivía, libre, independiente,
el pueblo de las Ranas felizmente.
La amable libertad sólo reinaba
e
n la inmensa laguna que habitaba;
mas las Ranas al fin un Rey quisieron,
a Júpiter excelso lo pidieron;
conoce el dios la súplica importuna,

y arroja un Rey de palo a la laguna:

debió de ser sin duda buen pedazo,
pues dio su majestad tan gran porrazo,
que el ruido atemoriza al reino todo;

cada cual se zambulle en agua o lodo,
y quedan en silencio tan profundo
cual si no hubiese ranas en el mundo.
Una de ellas asoma la cabeza
y, viendo a la real pieza,

publica que el monarca es un zoquete.

Congrégase la turba, y por juguete

lo desprecian, lo ensucian con el cieno,
y piden otro Rey, que aquel no es bueno.

El padre de los dioses, irritado,

envía a un culebrón que a diente airado
muerde, traga, castiga,
y a la mísera grey al punto obliga
a recurrir al dios humildemente.
—Padeced —les responde— eternamente;
que así castigo a aquel que no examina

si su solicitud será una ruina.


FÉLIX MARÍA SAMANIEGO: Fábula XVI



En la fábula de Samaniego, cuyo argumento copia de La Fontaine y Esopo, casi todos los versos son endecasílabos, y riman en pareados consonantes de principio a fin. No es esa la única forma de hacerlo: tú puedes tomarte algunas libertades, como dejar el metro y la rima libres.
Pero eso no te libra de intentarlo. Las fábulas te esperan, y no puedes pasar a la siguiente unidad sin al menos haber intentado plagiar a los clásicos.