miércoles, 29 de septiembre de 2010

A ver si mañana lo consigo

Yo quería escribir, en serio. Me he sentado delante del ordenador, mirando al sur, más o menos por donde se asoma el Teide cuando no hay nubes (hoy hay), y me he puesto una cocacola light grande a mi lado. Me he soplado en la punta de los dedos, como hacen en las películas los jugadores que van a lanzar los dados en un casino de Las Vegas, y... se ha puesto a llover.

Así que me he levantado a toda prisa para recoger los dos cojines que estaban fuera, sobre las sillas metálicas, para meterlos dentro de casa. Es que si no, luego uno se sienta en el cojín mojado, de apariencia seca, pero con goma espuma interior con vocación de esponja, y se le queda el culo mojadito, como de niños en la cuna de un hospicio. Y esa sensación ya no se va en todo el día, por más que uno se cambie de ropa y se seque las nalgas con tres toallas. Parece que la humedad, cuando llega por contagio, se enquista por debajo de la piel, como las termitas.

Aquí estamos casi el trópico, así que solo me ha dado tiempo a salir corriendo, recibir un palo de agua, como lo llamaban en Caracas, y meterme de nuevo en casa. Nada más entrar ha dejado de llover. Así, sin más.

Y la nube meona se ha ido a toda prisa, sorteando el Teide, rumbo a Candelaria.

Me he sentado otra vez frente al ordenador, para escribir, y entonces el sol, buscando el oeste, me ha deslumbrado sin posibilidad de esconderme. Pensé por un momento meterme debajo de la mesa, pero entonces no iba a poder escribir en el ordenador. Así no se puede.

¿Así no se puede? Eso me recuerda a ese chiste narrado que circula entre los cuenteros colombianos (y algunos madrileños, que lo copiaron hace más de 15 años), donde la sustracción de palabras, una a una, invierte o pervierte el significado de la frase:

¡Ay, Carlos, así no se puede!
¡Ay, Carlos, así no sé!
¡Ay, Carlos, así no!
¡Ay, Carlos, así!
¡Ay, Carlos!
¡Ay!

Después de esa digresión mental, me he tenido que levantar para tapar el sol con las persianas venecianas. Lo de las persianas venecianas suena bien, ¿verdad?

Me he puesto a pensar que en un día como hoy, con una huelga general, aunque sea domesticada, al que tenga una casa a la sombra del Teide, con cojines en el jardín y persianas venecianas, habría que cortarle algo. Aunque solo sea la retirada.

Cuando me he vuelto a sentar me picaban los ojos.
He recibido un email de Margaret Tong desde Singapur.
La vecina le ha llamado calzonazos a su marido a pleno pulmón.
Bea me ha preguntado que cómo se deletrea la palabra kitsch.
Me han entrado ganas de mear.
Me he acordado de que tenía que descongelar un poco de pan para la cena.
El ordenador me ha preguntado si quería instalar la última versión del Adobe Reader.
Me he recortado la uña del dedo corazón de la mano derecha con los dientes.
El teléfono ha sonado con una oferta de Ikea family.
Antonio González me dice en Facebook que la felicidad se parece a la cerveza.
Una cría de lagartija sube por la pared, pero a mitad de camino se cae al suelo.

Así que hoy no he podido escribir.

A ver si mañana lo consigo.

lunes, 27 de septiembre de 2010

The italian who went to Malta

(Texto encontrado en un paño de cocina a la venta en mercadillos de la isla de Malta):

This must be read with Italian (or spanish) accent:

One day Ima gonna to Malta inna bigga Hotel. Ina morning I go down to eat breakfast. I tella waitress I wanna two pissis toast. She brings me only one piss, I tella her I want two piss. She say go to the toilet. I say you no understand. I wanna to piss onna plate. She say you better no piss onna plate, you sonna ma bitch. I don't even know the lady and she call me sonna ma bitch.

Later I go to eat at the bigga restaurant. The waitress brings me a spoon and knife but no fock. I tella her I wanna fock. She tell me everyone wanna fock. I tella her you no understand, I wanna fock on the table, you sonna ma bitch. So I go to my room inna Hotel and there is no shits onna bed. I must called the manager and tella him I wanna shit. He tell me go to the toilet. I say you no understand, I wanna shit on my bed. He say you better no shit onna bed, you sonna ma bitch.

I go to the checkout and the man at the desk say: "Peace on you". I say piss on you too, you sonna ma bitch, I gonna back to Italy.

domingo, 26 de septiembre de 2010

África en el corazón

Estuve ayer con tres novelistas amigos, Antonio Lozano, Donato Ndongo-Bidyogo y Pablo Martín Carvajal, en el SILA II (Salón Internacional del Libro Africano) del Puerto de la Cruz.

Conocí a Donato Ndongo-Bidyogo hace 30 años, y durante dos años, quizá más, nos vimos semana tras semana en una tertulia de Madrid, en el café La Hemeroteca, frente a la Escuela Oficial de Idiomas, en la calle Islas Filipinas. Allí nos plantábamos todos los miércoles unos cuantos infectados de letras, entre los que estaban Germán Sánchez Espeso, Antonio Ferres, Alfonso Grosso, Andrés Sorel, Donato Ndongo-Bidyogo, Julio Ollero, Isabel Ramos, Jorge, Paulino, y unos cuantos más. De cuando en cuando nos visitaba algún otro autor amigo de alguno de ellos, como el chileno José Donoso, el poeta Ángel González, Félix Grande, Francisco Umbral, Carmen Bravo Villasante, Fernando Savater, o alguno de los hermanos Sánchez Ferlosio (Chicho y Rafael). Aún estábamos en la transición, aunque más bien tenía sabor a postguerra. Algunos de ellos, la tercera parte, ya están muertos, y a otros hace años que les perdí de vista. El tiempo a veces recompensa a los persistentes con reencuentros, como me pasó ayer con Donato.

No ha cambiado tanto. Ahora está más calvo, como yo, aunque su cráneo negro disimula mucho mejor el desgaste de los años. Todavía sigue luchando contra los dictadores de Guinea, su país de origen, y añora poder vivir en Bata o en Malabo, en lugar de Murcia. No es que Murcia sea un mal lugar, él no se queja de eso, sino que tiene sus raíces en Guinea. ¿Qué por qué no regresa? Es fácil, él no lo oculta: la última vez que estuvo allí, como Delegado de la Agencia EFE, con el encargo de informar acerca de los asesinatos de opositores por parte del gobierno, un jefe de la policía militar, tío carnal del actual presidente, le puso una pistola en el pecho y le dijo: “El siguiente vas a ser tú”.

Donato vive exiliado en España y Estados Unidos desde hace más de 30 años, y es el Ministro de Exteriores y Portavoz del Gobierno de Guinea Ecuatorial en el Exilio (un gobierno presidido por Severo Moto, que no puede gobernar, es evidente, pero que amenaza desde Madrid a la dictadura de Teodoro Obiang día tras día).

Donato cree en la libertad antes que en la democracia. ¿Es democrática la Francia que expulsa a los gitanos? ¿Es democracia la de los EE.UU que invaden Vietnam o Iraq, y que inventan la cárcel de Guantánamo? ¿Acaso no llegó Hitler al poder a través de unas elecciones democráticas? (Esas preguntas son mías, no de él). Donato piensa que quizás el sistema constitucionalista europeo no es exportable a África sin más (además, ¿cuál de ellos?, porque hay variantes sustanciales). La historia vivida en África no es la misma que en Europa, la cultura es otra, los mecanismos de relación interpersonal son otros. Puede que aún nadie sepa cuál es el modelo a aplicar, si es que existe, pero sea cual sea ese modelo, la libertad, la justicia, el desarrollo económico y social, y la preservación de la cultura deberían tenerse siempre en cuenta. Yo también lo pienso.

Allí también estaba María Jesús Alvarado (No es la de la foto de la izquierda: esa es Bea), una excelente poetisa mitad canaria y mitad saharaui, editora en Fuertepalo de una gran colección de poemas y relatos del Sahara, y que presentó un documental riguroso y emotivo, La puerta del Sahara, que relata el genocidio y exilio de los últimos 35 años de los saharauis (el suyo también), a través de la metáfora/espejo de la destrucción del fuerte de Villa Cisneros.

Los amigos que regresan, décadas después, a veces son extraños con los que no tenemos nada que hablar; pero otras veces son tesoros reencontrados.

jueves, 23 de septiembre de 2010

El espacio es un personaje

Hablando del espacio literario, Robert Louis Stevenson dijo: “Ciertos lugares hablan con su propia voz. Hay lugares húmedos que atraen irresistiblemente el crimen. Ciertos jardines sombríos piden a gritos un asesinato; ciertas mansiones ruinosas piden fantasmas; ciertas costas, naufragios”.

Hay varios arquetipos de espacio:

# Los espacios reales, o la forma de describir dichos espacios, herencia de los autores naturalistas, neorrealistas y objetivistas. Ese espacio no está distorsionado, y pretende ser puramente real y objetivo.

# Los espacios subjetivos, coloreados por las pupilas de un personaje en particular, que está atravesando por un momento especial, desde el punto de vista afectivo y personal. Ese significado tiene la frase “ver la vida de color rosa”, o la de “lo veía todo muy negro”.

# Los espacios simbólicos o mentales. Los sótanos y buhardillas —hay que recordar aquí los de Barbazul, o de El silencio de los corderos— son reflejos del inconsciente, y nada bueno podremos encontrar en el sótano de un psicópata.

# Los espacios cerrados tienen que ver con las interioridades, con la parte oculta de la vida —y si además es oscuro y húmedo, más todavía—.

# Los espacios abiertos, la luz, las cumbres de las montañas, los cielos claros y sin nubes, suelen ser expresiones del futuro feliz, despreocupación y bienaventuranzas.

Cuando hagamos una descripción del espacio (sea cual sea el espacio del que estemos hablando: una habitación, un armario ropero, un paisaje tras la ventana), debemos pensar en él casi como si tuviera los rasgos de un personaje más.

Con mucha frecuencia, es a través del espacio como conseguimos una más exacta definición de un personaje. “Dime con quien andas y te diré quien eres”, dice el refrán. Pero también podemos decir “Dime por dónde andas” (espacios exteriores), o “Muéstrame tu dormitorio” (dominios interiores) “y sabré quién eres” aunque tú estés ausente.

Centrándonos en el espacio privado de los personajes: no será la misma habitación (la decoración, el orden, el olor) la de un adolescente, la de un matrimonio de ancianos o la de una monja de clausura. Con sólo describir el interior de un armario, un escritor debería de ser capaz de definir con bastante precisión al personaje que guarda allí sus pertenencias.

Nunca está de más —y son muchos los autores que así lo hacen— el dibujar, en una hoja aparte, el mapa o el plano de los lugares transitados por los personajes: desde la distribución de las habitaciones de una casa, hasta el lugar que ocupa cada comensal en la mesa durante una comida/escena.

Hay un cuento de Borges, La casa de Asterión, sobre el minotauro y el laberinto donde es encerrado. Según Borges, no habría laberinto si no hubiera minotauro: “A la casa monstruosa corresponde un habitante monstruoso”.

¿Qué podemos hacer para capturar el espacio? Podemos hacerlo mediante cinco ejercicios complementarios:

# Recordar (un lugar que hemos conocido anteriormente)
# Evocar (dejar que se desencadenen asociaciones de ideas en nuestra cabeza)
# Visitar (ese lugar, o lugares parecidos, mientras está formándose la idea)
# Investigar (documentalmente: enciclopedias, mapas, prensa)
# Inventar (todo lo que haga falta, y cambiar la realidad también)

Ahora saca la punta al lápiz y describe al menos tres espacios diferentes:

— Que uno de ellos sea un recuerdo de cuando eras pequeño (una habitación, un parque, un portal, un cuarto de baño);

— otro, un lugar tenebroso (un cementerio, un sótano, un callejón oscuro, una cueva);

— y el tercero, un lugar totalmente imaginado (la cabina de una nave interestelar, el dormitorio del Papa, una ciudad sumergida, una biblioteca medieval).

Acuérdate de que, al igual que con los personajes, debes describir usando todos los sentidos (escucha el ruido, percibe el olor, estate atento a los matices de la luz y a los detalles pequeños). Ánimo.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

El tiempo en la escritura

# Hay un tiempo de producción, durante el cual el autor está escribiendo una historia;

# un tiempo de lectura, en el que el lector lee ese texto;

# y un tiempo interno, durante el que supuestamente suceden los hechos que se narran en el relato.

Todos ellos suponen medidas del tiempo, y a todos debe atender el autor cuando escribe.

El tiempo vivido por los personajes puede ser:

# objetivo (cronológico): está marcado por la medición imparcial de los relojes. Es el tiempo histórico, externo.

# subjetivo (psicológico): al igual que nos sucede a nosotros en la vida real, el tiempo unas veces parece que transcurre más deprisa, y otras nos desespera por su aparente lentitud. Dos personajes, simultáneamente y en el mismo lugar, pueden tener dos percepciones del paso del tiempo radicalmente distintas. Es un tiempo interno.

El tiempo de producción (lo que se tarda en escribir una historia) no es perceptible para el lector, y es —suele ser— infinitamente superior al tiempo de lectura. Lo que, al margen de la historia, le ha ocurrido al autor en su vida real mientras escribe, no debe afectar a los personajes que viven en el interior del texto. Son universos con tiempos divergentes, los del autor, los personajes y el lector, y cada uno de ellos obedece sólo a sus propias leyes y a sus particulares calendarios.

Los sucesos que se narran, según si siguen un orden histórico o no, conforman el tiempo interno del relato —lineal, inverso, circular, comienzo in media res, con o sin retrospecciones, etc.—. Es el orden de las secuencias que va hilando el narrador lo que condiciona la estructura de la narración, mucho más que el punto de vista o el espacio.

Para dar la sensación de que el tiempo transcurre lentamente, no es suficiente con decirlo (las horas pasaban lentas y vacías en la soledad del castillo...). Es preferible acumular gestos repetidos y monótonos para que el lector perciba la lentitud del tiempo (Sacó la pitillera de plata, desgastada por el uso, y empezó a liar otro cigarrillo con gestos mecánicos y parsimoniosos. Ya no recordaba cuánto tiempo llevaba allí sentado, pero debía ser bastante a juzgar por el agarrotamiento del muslo izquierdo...).

# Las oraciones simples, los verbos de acción y el tiempo verbal presente dan más sensación de apresuramiento y velocidad.

# Las oraciones largas, subordinadas, y el tiempo verbal pasado, por contra, favorecen la idea de la morosidad temporal.

En vez de marcar literalmente los saltos de tiempo (Cinco años más tarde, Antonio regresó a casa...), puedes hacer sentir el paso del tiempo por otros factores externos y visibles (Cuando Antonio regresó a casa, el barrio había crecido sin control, y un pretencioso edificio de aluminio y cristal ocupaba el lugar de la antigua fábrica de lejía...). Los personajes envejecen, regresa la época de las nieves, los niños crecen y las arrugas se multiplican.

Describe un momento de tensión, de apenas un minuto, pero vivido con lentitud exasperante. Un momento de duda, de amenaza, de tránsito, de toma de decisiones, de dolor o de espera, como por ejemplo:

# alguien espera que salga el cirujano para conocer los resultados de una operación,
# o llama a la puerta de su casa después de muchos años de ausencia,
# o hace un inquietante viaje en ascensor,
# o escucha el sonido amenazante del teléfono,
# o está a punto de caer por un acantilado.

Muestra el titubeo, los gestos nerviosos y la indecisión.

martes, 21 de septiembre de 2010

Dar a conocer a un personaje

Para dar a conocer a un personaje se pueden utilizar técnicas muy variadas. De este modo se evita la monotonía de presentar siempre a los personajes describiéndolos. Éstos son algunos modos:

# Por lo que hace. Por ejemplo, si hacemos que nuestro personaje cierre la puerta de un portazo, le estamos caracterizando mejor que si decimos, sencillamente, que era una persona violenta.

# Por lo que piensa. Un ejemplo: el personaje piensa que todo el mundo le odia; de este modo podemos trasmitir que es una persona insegura y un poco desequilibrada.

# Por lo que dice. Nuestro personaje es alguien muy tímido: podemos darlo a conocer haciendo que en una conversación sólo participe mediante monosílabos.

# Por una peculiaridad. Imagina a alguien muy inseguro y nervioso: podemos caracterizarlo haciendo que se ría después de cada cosa que dice. E, incluso, que se tape la boca con la mano cuando lo hace.



Te toca. Déjalo todo a un lado y, al menos por unos momentos, olvida la gramática, las leyes y la historia. Ahora la historia la escribes tú. Tú eres quien va a decir cómo son las cosas, cómo las ves, cómo las quieres. Ya era hora.

Si quieres escribir un buen relato, necesitas dos elementos básicos: unos personajes bien definidos y un argumento interesante. Si consigues que tus personajes fascinen al lector, tendrás la mitad del camino recorrido.

Haz el retrato de un personaje. Primero selecciónalo. Imagínalo. Puede ser alguien cercano o, mejor, casi desconocido. Humano, animal o fantástico. Lo que no sepas te lo inventas. Cierra los ojos y comienza a ver detalles de su persona: cómo viste, su cabello, su nariz, sus ojos, a qué huele, su timbre de voz, qué tiene en las manos, su olor, qué gestos hace. Utiliza los cinco sentidos (vista, olfato, oído...), y después utiliza el sexto (la intuición). Fíjate bien en los detalles pequeños: un diente torcido, una forma especial de ladear la cabeza, zapatos rotos, un anillo en el dedo meñique, un tic nervioso... Esos detalles son los que de verdad identifican y darán vida a tu personaje. Ya lo tienes en el bolsillo. Ahora abre los ojos y escribe. Intenta varios retratos: un vecino, una amiga, un fantasma, una bestia mitológica, un emigrante, un loco, un animal, una antigua profesora. Utiliza para ello distintas técnicas (vuelve a leer el comienzo de esta entrada).

lunes, 20 de septiembre de 2010

He tenido un sueño

Anoche tuve un sueño. No voy a decir que era un sueño raro, porque lo raro es que un sueño sea normal, y en este al menos todos los personajes, probables trasuntos de mí mismo, eran normales, es decir, que no tenían dos cabezas, ni levitaban, ni eran el capitán Trueno. Era un sueño hipoglucémico, de esos que a mí me gustan, porque son como una adivinanza estructural, un acertijo, y al mismo tiempo un aviso de muerte, una espada de Damocles escondida en el subconsciente. En este caso la repetición, que siempre cambia a condición de ser siempre la misma señal de alerta subrepticia, consistía en que todos los comensales de una mesa hablaban por turnos del mismo amigo muerto hacía pocas semanas: Toledo, también llamado Tacoronte. O sea, yo mismo, en un coma diabético irreversible como no me despertara y me levantara de la cama. Pero me estoy adelantando, porque eso sucedió a mitad del sueño.

Estábamos caminando por el monte, tal vez haciendo el camino de Santiago asilvestrado, y éramos creo que tres, aunque tal vez fuéramos cinco. Yo no notaba el cansancio, cosa imposible si eso sucediera en la realidad. Llegamos hasta un barranco monumental que dejaba brotar agua y barro entre las fallas y fisuras de su orografía. Un especie de Niágara de aguas freáticas, subterráneas. Vale la pena ir a verlo, es un espectáculo de una belleza desmedida, pero como solo existe en el sueño que tuve anoche, no sé cómo indicar el camino. Ni yo mismo sabría regresar allí.

Luego cruzamos las vías de un tren. Miramos con prudencia de un lado al otro, para comprobar si venía o no venía. Al final de las vías había que detenerse unos instantes para subir un repecho de metro y medio de altura. La altura del andén del metro, visto desde las traviesas. Yo fui el primero en alcanzar esa meta volante, y cuando miré a un lado, vi que el tren se acercaba a toda velocidad, y que a los demás no les iba a dar tiempo a pasar, a no ser que se dieran prisa.

--Rápido, que llega el tren --grité al ver que mis amigos caminaban demasiado despacio.

Supe que ellos no lo habían visto, porque era difícil de distinguir. El tren era de piedra, o estaba forrado todo de piedra, la misma piedra de los alrededores, mimetizado con el paisaje. Una bala de piedra deslizándose rápida y silenciosa sobre los raíles. Un tren ecológico, camuflado, una pedrada mortal en busca de una víctima. Mis amigos lograron, por los pelos, evitar la acometida del tren.

Recorrimos el último kilómetro caminando por un túnel lleno de vías de tren, hasta llegar al pueblo de destino, tal vez Hervás, pero también Madrid, Nerja y Nueva York. A veces los trenes pasaban veloces a pocos centímetros de nuestros cuerpos, pero sin llegar a tocarnos. Ya no éramos tres, ni cinco peregrinos, sino más de un centenar de desconocidos que llegaban a las fiestas patronales en busca de un poco de diversión. La entrada a la estación, que ni de lejos era una estación, fue impresionante: una gigantesca bóveda llena de estalactitas y estalagmitas, que podía albergar a más de 500 personas, se iluminaba con una luz dorada y pequeñas cascadas de agua por todas partes. Tal vez fueran las cuevas del Drac, o las de Nerja, o los jameos del agua de Lanzarote. Una catedral atea descomunal. En algún momento me pregunté por qué razón no había ido más veces allí durante los casi tres años que viví cerca de Hervás. Quizá porque aunque fuera Hervás, no era Hervás, claro, pero no había nadie que interrumpiera mi monólogo interior.

El pueblo estaba en fiestas. Los habitantes del pueblo, previsores, llevaban zurrones con pan, queso, fuet y bebidas. Nosotros no. Yo estaba muerto de hambre, así que arrastré a mis amigos, que ya éramos siete u ocho, hasta un pequeño restaurante al aire libre, a la sombra de unas acacias. Era parecido a la avenida de la Sagrada Familia, de Barcelona, y a algunos rincones del Albaycín en Granada. Entre los que se sentaron a la mesa estaba Bea, y también Pelayo, pero Pelayo era mucho más joven, no más de 25 años, y también más delgado. Llevaba una camiseta con el logo de las fiestas, y cuatro o cinco tiritas de tela prendidas con un alfiler a la camiseta, cerca del corazón, con los nombres de sus amigos muertos bordados en cada una de ellas. Me pareció un detalle hermoso, la memoria constante de un amigo fiel, más allá de la muerte.

Junto a nosotros, en la mesa contigua, había otras personas, cinco o seis, que muy pronto, por las conversaciones supe que eran cuentacuentos, como la mayoría de los que estaban sentados conmigo. Les invité a unirse a nosotros, a entremezclarse, y traté de presentarles unos a otros, pero para cuando quise hacerlo ellos ya estaban hablando entre sí, sin mayores ceremonias. Uno de ellos, un catalán apellidado Vilardebó, me dijo que unos momentos antes había estaba a punto de protestar por no habernos juntado todos en una misma mesa, y que lo que más echaba en falta en la Red Internacional de Cuentacuentos era el contacto personal, oral, directo, entre los miembros de la RIC.

--En eso estamos ahora --le contesté. Pero es verdad --continué-- que nos hemos puesto todos en contacto a través de Internet, cuando el oficio que nos une es el de contar cuentos de viva voz y comunicarnos cara a cara.

De pronto me acordé de Juan Gamba, que estaba también sentado en la misma mesa, y de aquella vez en que coincididos sin llegar a cruzar palabra, en La Rochela, en Madrid, con Nelson Calderón y Lili Cinetto. En aquel entonces estábamos en dos mesas distintas, pero esta vez había logrado que nos sentáramos todos juntos. A veces se desaprovechan coincidencias en el tiempo y el espacio, aunque también es verdad que no siempre hay necesidad de forzar el encuentro.

Antes de pedir la comida, que ya sabía yo de antemano que iba a ser mala, cuartelera, hinchatripas, de aluvión, le hicimos hueco en la mesa a dos chicas muy jóvenes, rondando los veinte, las dos novias de los muertos que de algún modo estábamos despidiendo. Tenían una belleza trastornada, casi trágica, y apenas podían pronunciar palabra. Uno a uno, quitándose la palabra los unos a los otros, hablaban de su amistad con Toledo, al que algunos conocían como Tacoronte. Yo les dije que tenía unas fotos que nos habíamos hecho con él tres meses antes, en un mirador, creo que de La Valetta, pero que volvía a ser Hervás en lugar de Malta. No podía decir que lo conociera mucho, pero sí que le tenía un aprecio especial, no sé bien por qué. Como a Pelayo, como a casi todos los que estaban allí sentados.

--Tendríamos que estrechar lazos. Tenemos que ponernos más en contacto directo, además del virtual. Deberíamos buscar el modo de multiplicar los encuentros con cualquier excusa. La vida es demasiado corta --dije.

Me acordé también de Pep Durán, y de cuando nos contaba en Santiago cómo una enfermedad terrible puede hacernos madurar a toda prisa, poner las cosas en su sitio, y encontrar el centro de gravedad auténtico de nuestras vidas. Aquella mesa al aire libre, con catorce personas sensibles sentadas alrededor, celebrando un banquete precario donde lo importante eran los abrazos y no las croquetas, me pareció que era como la reunión en Ouro Preto, en Brasil, donde los coordinadores de la Red Internacional de Cuentacuentos nos juntamos una larga mañana a discutir el futuro y las propuestas de la RIC a cinco años vista. Nos dieron las tres, y no llegamos a comer, en parte también porque los de televisión de Minas Gerais se empeñaron a hacernos cuatro entrevistas para sus telediarios.

Lo de anoche fue un sueño, ya lo he dicho, pero ocho años de psicoanálisis intensivo, entre dos y tres sesiones semanales, me han enseñado a leer los sueños hasta convertirlos en un aliado poderoso de la creación, de la interpretación, y de la salvaguarda de la vida misma. Ahora sé que los objetivos para la RIC que decidimos en Ouro Preto deben tener la máxima prioridad: fortalecer los lazos entre los cuentacuentos, crear, investigar, y generar nuevos proyectos solidarios, más que seguir alimentando el crecimiento exponencial que ha tenido la RIC en sus primeros doce meses de vida.

Me medí el azúcar en la sangre: 47. Hipoglucemia. Me arrastré hasta la cocina, mojé dos galletas María en un vaso de leche, y regresé a la cama.

--He tenido un sueño --le dije a Bea.

martes, 14 de septiembre de 2010

Crónica inicial del 32 Congreso IBBY 2010

Ya de vuelta a Tenerife, queda la memoria, los abrazos, las complicidades, los nuevos amigos y los aprendizajes del 32 Congreso del IBBY

--Enrique Páez en la foto, con David Almond, último Premio Andersen 2010--
(International Board on Books for Young People). Más de 600 participantes de 50 países: editores, escritores, ilustradores, bibliotecarios, libreros, críticos y profesores.

Estaban allí los compañeros y compañeras de oficio de escribir: Jordi Sierra i Fabra (foto), Gonzalo Moure, Antonio Rodríguez Almodóvar (foto inferior), Paloma Sánchez Ibarzábal, el cubano Joel Franz Rosell, Manuel Rivas, el cántabro Javier Sobrino (Peonza), David Almond (Premio Andersen 2010, foto), Agustín Fernández Paz, Ana María Machado (el largo etcétera es muy largo).

Y sigue la larga lista de encuentros y reencuentros, como las editoras María Jesús Gil (OEPLI-SM), Elsa Aguiar, María Castaño y Lines (SM), Esther Roehrich (Kókinos), Reina Duarte (Edebé), Eva Mejuto (OQO), y muchas más. Está claro que la edición de libros juveniles e infantiles en España está en manos de las mujeres. Es un alivio.

También estaban los críticos (y a veces autores, también): Teresa Colomer, Victoria Fernández (CLIJ), Luisa Mora, Ana María Navarrete, Teresa Durán, Javier Sobrino, Joel Franz Rosell.

Los y las cuentacuentos: Beatriz Montero (foto), Pep Durán, Isabel Benito (Saltalarana), Soledad Felloza.

Los ilustradores (e ilustradoras), tantos y tantas que solo doy el nombre del Premio Andersen 2010: Jutta Bauer.

Los y las de bibliotecas, centros de investigación, fundaciones e universidades: FGSR, SM, Fundalectura (Colombia), Banco del Libro (Venezuela), OEPLI, Gretel...

Tantos buenos profesionales de España, Argentina, Ecuador, Japón, EE.UU., Holanda, Indonesia, Irán, Suecia, Alemania, Colombia, Brasil, India...

Dentro de dos años, en Londres.

Dentro de cuatro, en México.

martes, 7 de septiembre de 2010

Nos vamos al IBBY de Santiago de Compostela

Bajo el lema "La fuerza de las minorías", del 8 al 12 de septiembre de 2010 se va a celebrarar el 32º Congreso de IBBY (Organización Internacional para el Libro Juvenil), el más importante del mundo de la literatura infantil y juvenil.

Este año 2010 la sede estará en Santiago de Compostela, España. Los anteriores encuentros fueron en 2008: Copenhague, Dinamarca; 2006: Macau, China; 2004: Ciudad del Cabo, Sudáfrica.

IBBY se fundó en Zurich (Suiza) en 1953, y está constituida por más de sesenta Secciones Nacionales.

La Red Internacional de Cuentacuentos (RIC) estará allí representada por Antonio Rodríguez Almodóvar (miembro del comité científico del Congreso, y participante en la mesa redonda "Tradición oral y minorías sin literatura escrita"); y Beatriz Montero (Comunicado sobre "Bebecuentos, esos grandes olvidados"); y el que escribe este blog, que se piensa comer una mariscada regada con vino albariño, orujo y queimada en la Rua do Franco (mal que le pese al susodicho).

Más información en:
http://www.ibbycompostela2010.org/
http://www.cuentacuentos.eu./festivales/festcalendario/EspanaIBBY2010.htm

"Bebecuentos, esos grandes olvidados" de Beatriz Montero
Lugar: 32 Congreso Internacional de IBBY- Palacio de Congresos e Exposicións de Galicia
Hora: Domingo, 12 de septiembre de 2010 14:00

domingo, 5 de septiembre de 2010

Echo de menos a Cortázar

Patio de tarde

A Toby le gusta ver pasar a la muchacha rubia por el patio. Levanta la cabeza y remueve un poco la cola, pero después se queda muy quieto, siguiendo con los ojos la fina sombra que a su vez va siguiendo a la muchacha rubia por las baldosas del patio. En la habitación hace fresco, y Toby detesta el sol de la siesta; ni siquiera le gusta que la gente ande levantada a esa hora, y la única excepción es la muchacha rubia. Para Toby la muchacha rubia puede hacer lo que se le antoje. Remueve otra vez la cola, satisfecho de haberla visto, y suspira. Es simplemente feliz, la muchacha ha pasado por el patio, él la ha visto un instante, ha seguido con sus grandes ojos avellana la sombra en las baldosas.

Tal vez la muchacha rubia vuelva a pasar. Toby suspira de nuevo, sacude un momento la cabeza como para espantar una mosca, mete el pincel en el tarro y sigue aplicando la cola a la madera terciada.

JULIO CORTÁZAR: Último round

jueves, 2 de septiembre de 2010

La hermana de mi amigo

Germán, todavía empalmado, se encerró en el cuarto de baño, se desnudó, se metió en la bañera, abrió hasta la mitad los grifos de agua fría y caliente, y esperó hasta que el agua saliera templada. Ni fría ni muy caliente. A su gusto. Debajo de la lluvia de agua hizo girar su cuerpo despacio dos veces como una peonza. Luego se quedó unos segundos quieto, dejando que el agua chorreara desde su cabeza hasta sus pies, hasta que con algo de rabia descolgó la ducha teléfono de la pared. Seguía con el trabuco levantado insolente entre las piernas, y la presión creciente de los testículos empezaba a molestarle.
La culpa era de Celia, la hermana mayor de su amigo Jota, que se le había aparecido en sueños esa misma noche. Estaban dentro de un autobús lleno de gente, y ella lo había besado de improviso en mitad del pasillo, junto a la puerta de salida, con una boca fresca que sabía a sexo, a cerezas y a vainilla; después Celia empezó a tocar el timbre para bajar en la siguiente parada, y al hacerlo se restregaba contra su cuerpo, y él notaba la presión de sus pechos y de sus muslos; pero cuando estaba a punto de eyacular, sin importarle que el resto de los pasajeros del autobús estuvieran mirándoles, incluido el novio de Celia, paralizado con la boca abierta a menos de un metro de distancia, el timbre del autobús aumentó el volumen para convertirse en el desagradable ruido del despertador sonando a las siete de la mañana.
Hasta ese momento, Germán ni siquiera había pensado nunca en la hermana de Jota como objeto de deseo. Qué cosas raras tienen los sueños. Pero a las siete y cuarto de la mañana de ese 25 de noviembre, nada le hubiera gustado más que coincidir con ella en el ascensor, cuando bajara a la calle. Se colocaría a sus espaldas, a menos de un milímetro de distancia de sus nalgas, y apretaría el botón de parada de emergencia entre piso y piso, para que la sacudida del frenazo golpeara sus cuerpos, uno contra el otro. Germán sabía que eso sería suficiente para desencadenar el orgasmo que tenía pendiente desde la madrugada. Pero la posibilidad de que eso sucediera era menos que ínfima, porque Celia y Jota no vivían en su edificio, ni en su barrio.
Germán se pasó la ducha como si fuera un escáner por toda la parte delantera del cuerpo, y después se agachó y colocó la ducha teléfono a la altura de las pantorrillas. Empezó a subir la alcachofa de la ducha pierna arriba, sintiendo la presión del agua en las corvas, en los muslos y en las nalgas. Abrió un poco las piernas, metió el mango de la ducha entre los muslos, y empezó a masajearse los testículos con el agua, de atrás adelante. Luego dirigió el chorro del agua hacia el miembro erecto, desde atrás, a toda presión. Un placer muy reconocible empezó a invadirle desde el interior. Cerró los ojos. Celia volvía a estar allí, muy cerca, y sin mucho disimulo metía una de sus manos delicadas por dentro de su chándal, le agarraba el miembro y se lo apretaba con fuerzas.
Ahora sí, llegó el orgasmo. Joder, qué gusto.

--Germán, ¿qué haces ahí? Sal ya, por dios, que llevas una eternidad, y nos vas a dejar sin agua caliente.

--Ya voy, mamá. Estoy acabando...

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Propuesta para una novela

No empieces por el argumento. Esta vez lo tendrás que hacer a partir del protagonista insólito. Un protagonista con garra, y que sea él quien te diga de qué va el argumento de su historia.

Para construir un personaje insólito piensa en alguien que te importa un carajo. Alguien que, si desapareciera, a ti incluso te iba a alegrar el día. Por ejemplo… por ejemplo… el director general de la Guardia Civil.

Ya la hemos cagado, con ese no hay personaje. Y con un concejal, tampoco. Y con el principito Felipito tampoco. Esos siempre son personajes planos, huecos, bobainas. No sirven ni para secundarios, con eso te digo todo.

Oh, no, oh, no, que José María Gironella escribió una trilogía repleta de esos personajes heróicos. Pues claro. Desde hace un tiempo hay sospechas de que el millón de muertos enterrados bajo los cipreses creyentes antes del estallido de paz eran, en realidad, los lectores de Gironella.

Empecemos de nuevo:

Para construir un personaje insólito piensa en alguien que nunca será famoso, pero que hace un trabajo insólito. Luego cámbiale el sexo, la nacionalidad, las tendencias sexuales, añade una tara física, aumenta su autoestima hasta el ridículo, regálale un pasado vergonzoso, dos manías insoportables, una habilidad infrecuente y un hermano cavernícola dependiente de él. Ya sé que es como una receta de cocina, pero es que si no te quedas mirando al techo pensando pensando, y al final dices: “Es que no se me ocurre nada interesante”. Así que mejor aplicamos la receta y nos tiramos al vacío. No, a la vecina, no; al vacío, que es como decir que nos ponemos a escribir. Y no, tampoco el plural de “nos ponemos a escribir” es mayestático, ni de humildad, solo es una forma de acompañarte en este comienzo de camino, para que no te sientas tan huérfano. Tú hazte a la idea de que yo soy tu entrenador, tu guru, tu maestro, tu coach, tu Paolo Coello particular, o Luisa L. Hay, o Jorge Bucay, o Krisnamurti, o Cioran, o Hegel, o San Pancracio, o quien te dé la gana, a mí qué más me da, yo soy el que te da el empujón, y si tuviera una pistola en la mano te iba a llevar más derecho que un palo, tanto joder ya con las explicaciones.

Así que, hale, a escribir, que ya tienes a un personaje. Puede que de un modo raro, metafórico, hayas llegado a tu autorretrato, pero no lo sepas aún. Es un secreto. Niégalo incluso delante de tu psicoanalista.

De nada, oye, que para eso estamos.