martes, 31 de agosto de 2010

Jairo Aníbal Niño, In memoriam

"Todo se imaginó Supermán, menos que caería derrotado en aquella playa caliente y que su cuerpo fundido serviría después para hacer tres docenas de tornillos de acero, de regular calidad."
(Fundición y forja, Jairo Aníbal Niño).

En Bogotá, el 30 de agosto de 2010, ha muerto a los 69 años de edad uno de los escritores infantiles más leído y "contado" por los narradores latinoamericanos. Este pequeño cuento que le dedicó a Supermán parece ahora una autobiografía.

lunes, 30 de agosto de 2010

Crónica del Festival de Río de Janeiro

Todo empezó tiempo atrás. No será necesario remontarse a la arqueología lingüística para rastrear si el nombre de Brasil proviene de la madera Brazil o de la isla mítica del rey Brasal, cercana a Irlanda. Tanto da. Lo que importa es que hace siete u ocho meses, allá por enero, Benita Prieto, la creadora y directora de Conta Brasil y del “Simpósio Internacional de Contadores de Histórias”, se levantó un día con ganas de juerga, y decidió dedicar este año 2010 el Simposio de Río de Janeiro a la Red Internacional de Cuentacuentos, de la que ella es coordinadora en Brasil. El nombre del Simposio, por tanto, sería “Histórias em rede”.

Y nosotros dijimos que sí. Que por supuesto. Que contara con nosotros (con Bea y conmigo), y con todos los coordinadores que pudieran estar disponibles para esas fechas. ¿Qué fechas? Del 26 de junio al 9 de agosto, más o menos, para poder enlazar dos festivales de cuentacuentos seguidos: el de Río de Janeiro (Histórias em rede), y el de Oro Preto (Montanhas de Histórias), organizado por Rosana Mont’Alverne, del Instituto Aletria, en Belo Horizonte.

Poco a poco se fueron sumando Alicia Barberis (Argentina), que viajaría desde Santa Fe; Martin Ellrodt (Alemania), que vendría desde Nüremberg pasando por Lima y Cusco, gracias al Instituto Goethe; Alekos (Colombia), con su nacionalidad española a punto de estrenar, viajando desde Barcelona, su ciudad de residencia; Geeta Ramanujam (India), desde Bangalore, con todas las vacunas inyectadas en su brazo; y Diego Parra (Colombia), desde Bogotá, que llegó el último y se fue el primero por compromisos laborales.

Mayra Navarro no podía (estaba en Colombia en esas fechas); Armando Quintero tampoco (tenía que quedarse en Venezuela); Antonio Rodríguez Almodóvar estaba, y está, con la organización del 32 Congreso del IBBY de Santiago de Compostela; Armando Trejo en México y en Puebla, en el Festival CuentaLee, presentando la Red Internacional de Cuentacuentos allí; y Niré Collazo esperándonos en Uruguay, organizándolo todo en el teatro Solís y el teatro Antonio Larreta.

Ocho coordinadores en Río. A algunos de ellos, como Alekos o Alicia, los conocíamos personalmente desde hace años. Más de 15 años, incluso. A otros, como a Martin, lo conocimos después de fundar la RIC, y en Madrid nos hicimos amigos de inmediato. Un flechazo. Parece que estábamos condenados a ser amigos. Yo no me quejo. A la que menos conocíamos era a Geeta, de India.

--¿Cómo es Geeta? ¿Es una mujer estirada de las altas castas de la India? --nos preguntó Benita en el Skype antes de hacer el viaje.

--Pues no tenemos ni idea, Benita. Nosotros aún no la conocemos aún personalmente. Es coordinadora de la RIC, como tú, pero en India, y allí dirige La Casa de los Cuentos, Kathalaya, en Bangalore. Nos hemos puesto en contacto con ella a través de Internet varias veces, y la hemos llamado por teléfono para invitarla al Festival de Río, pero no sabemos si es altiva o cercana.

--Bueno, pues habrá que arriesgarse.

--Sí, habrá que arriesgarse. A fin de cuentas ella también corre el mismo riesgo con todos nosotros, ¿no?

Y el día 22 de julio llegó, y nos subimos a un avión de Iberia en Madrid, rumbo a Río. Me pasé todo el viaje esperando que en las pantallas de los microtelevisores que colgaban del techo empezara la película “Marisol rumbo a Río”. Estaba convencido de que era una película obligatoria, más que las instrucciones acerca de las salidas de emergencia y chalecos salvavidas.

Pero me quedé dormido. Al despertarme de un sueño intranquilo, dos horas antes de aterrizar, comprobé que Gregorio Samsa corría por el pasillo del avión convertido en cucaracha, y le pregunté a Bea, que ya estaba despierta (quizá siempre estuvo despierta, las mujeres son un enigma), si habían puesto alguna película.

--Claro. Era una película preciosa. Te la has perdido, por tonto.

--Vaya. ¿Y cuál era? --le pregunté.

--Cuál va a ser. Marisol rumbo a Río, por supuesto --me dijo.

Dudé unos instantes. ¿Sería verdad? Bea sonreía, pero no pude saber si era porque me estaba tomando el pelo, o porque se acordaba de la escena de Marisol en el Corcovado, rescatando a su hermana gemela a punto de morir despeñada. A saber.

Aterrizamos en el aeropuerto de Antonio Carlos Jobim, y Moreno nos estaba esperando con un cartel donde aparecían nuestros nombres, y un coche en el aparcamiento.

El viaje del aeropuerto al hotel Sesc de Copacabana fue como un documental a través de las ventanillas del coche: las barriadas de favelas, las garotas, los autobuses, el Museo de Arte Moderno, el mar, los cariocas, la ciudad, los puestos de zumos, el sambódromo, Botafogo, Flamingo, el Pan de azúcar, Copacabana…

Mientras tanto, Moreno nos daba conversación:

-- Espanha é campeã de futebol, não é?

--É --dije--. Mas… o que aconteceu com o Brasil?

--Dentro de quatro anos. Vamos organizar e vencer, você verá…

Después del túnel, tras el Pan de Azúcar, se abre la avenida Atlántica y la playa de Copacabana. Detrás del hotel Othon estaba el nuestro, y más allá, tras el fuerte militar, la playa de Ipanema. Encontramos un kiosco junto a la playa con caipirihnas a tres reales, un euro veinte. Allí nos tomamos muchas todos los días del Festival, ya no sé cuántas.

Poco a poco se fueron sumando narradores: Zé Boca, ese gigante con sonrisa de niño que habita en Sao Paulo; Wayqui y Clara Haddad, que desde Lima llegaron para compartir cuentos y libros; Sergio Bello, desde Florianópolis, con ese intenso trabajo en las escualas; Almir Mota, desde Fortaleza, con sus libros a cuestas; Priscila, cuidando de todos a todas horas; María Fernanda, convertida en la fotógrafa oficial de dos festivales (el de Río y el de Ouro Preto); Aline Cantia, con su voz suavísima, acompañada de Chico de Ceu; Os tapetes contadores de Histórias; y tantos otros que me resulta difícil de recordar.

Subimos al Corcovado, y tratamos de robar al Cristo. Alekos tiene las fotos.

En los mercadillos del centro, Geeta, que al final resultó ser la mujer más abierta, sonriente, cariñosa y cercana de cuantas he conocido en mi vida, se hizo fotos para confundir a sus amigos de Bangalore.

--¿Dónde estoy? No, no es India, ¿a qué no te lo imaginas?

Otro día nos fuimos al Pan de azúcar, y jugamos con los monos cerca de la playa de Botafogo.
Nos compramos un pareo y nos bebimos unas caipiroskas, para variar.

Martin Ellrodt y yo nos bañamos en la playa. Los demás (Alekos, Alicia, Diego, Geeta, Bea…) nos sacaban la lengua, de pura envidia, le daban patadas a las olas, y se hacían fotos.

Por la noche, rodicio de pizza cerca del Sesc Copacabana.

Cuentos, caipirinhas, amigos, reuniones, abrazos y promesas de futuros reencuentros. Y muchas fotos. Cerca de tres mil (juntando todas las cámaras). Irán saliendo poco a poco.

Volveremos, eso está asegurado.

domingo, 29 de agosto de 2010

Me acuerdo de...

Me acuerdo de los raspados de hielo de Caracas, sirope de fresa y leche condensada, con la música de carrusel filtrándose a través de las persianas venecianas. Sirio ladraba en el jardín de Quinta Loló, y Paulov se reía a carcajadas. Desde el salón de tres paredes de la casa se veía el hotel Humboldt, arriba del Ávila, el teleférico, la cota mil y un anuncio que parpadeaba: "Fiesta empieza con EFE". La vecina italiana, al fondo de la calle ciega, en la avenida Casiquiare, llamaba a sus hijos: "¡Mario, Paolo, a manjare!", mientras yo le tiraba piedras al Catire y a Milena.

Me acuerdo de Mayte, mi primera novia. Tenía las tetas grandes, el pelo largo y rizado, de color castaño claro, y olía a Nenuco, una colonia de bebés. Cada vez que hundía mi nariz en su cuello y cerraba los ojos me quedaba desconcertado. Nunca supe si usaba ese perfume para seducirme o para frenar mis deseos de desnudarla.

Recuerdo que mi amigo Carlos me tiró una piedra en el patio del colegio. Yo no la vi venir, pero acertó en el medio de la frente, y empecé a sangrar como si tuviera un grifo abierto. No me dolía, no sabía qué hacer, después de explorar la herida con los dedos, empecé a chuparme las manos ensangrentadas para recuperar la sangre que perdía. Estaba salada.

Me acuerdo de Ringo y Pepa, mis dos perros mastines, que solo se escaparon una vez, porque me dejé la puerta abierta, y regresaron dos horas más tarde, contentos de haber vivido una gran aventura nocturna bajo la luz de la luna.

Me acuerdo de cuando me enamoré de mi prima Esther, que ya no existe, porque entonces ella tenía 13 años, y ahora tiene 54. Ella recibía clases de esgrima, y yo tocaba la guitarra. Ningún futuro. A decir verdad el Enrique que se enamoró de Esther tampoco existe, porque él tiene ahora 55, y no 14. Pero entonces, ¿cómo es posible que el hombre que le suplanta le haya robado también los recuerdos?

Me acuerdo de cuando Tito me arrancó el último diente de leche. Me movía mucho, y yo podía meter la punta de la lengua por debajo del diente y saborear la sangre que brotaba del interior de las encías. Tito lo empujó, sin dudarlo, y allí se terminó la infancia. A la semana siguiente me enamoré por primera vez de una compañera de clase, se llamaba Silvia.

jueves, 26 de agosto de 2010

Las cenizas de mi padre

Soy un privilegiado. Hay días en los que me doy envidia a mí mismo. Y no es tanto por la casa y la isla en la que vivo, que también, pero que en realidad eso solo es un plus, un además, sino porque soy feliz, así, dicho de modo simple. No son las paredes que me rodean, no es el entorno, sino algo interior que podría darse en cualquier lugar del mundo. O casi. Podría ser feliz, creo que sí, en una casa de adobe del altiplano de Bolivia, con una mujer, tres niños, una llama y cuatro gallinas. No sería fácil, desde luego, pero es casi seguro que podría adaptarme. Bueno, claro, no vale añadir un patrón hijo de puta, dos de los hijos enfermos y la mujer fea y gritona. No tengo un seguro de felicidad a todo riesgo. Existen límites. El hambre, el dolor... Pero estoy convencido de que algunos bobos de solemnidad son infelices incluso en las condiciones más favorables. Puede que sea un gen, una gracia, una escala siguiente en la evolución. No la evolución como normalmente se considera del modo occidental: progreso económico, adquisiciones materiales, poder social, capacidad de mando... sino ese otro modo de considerar la evolución desde el punto de vista un poco más oriental, o budista, o zen. Sí, ya sé que estoy hablando de lo que no conozco, pero ¿y qué?, ¿acaso no está permitido discurrir sobre lo ajeno, sobre lo desconocido, sobre lo hipotético? No, claro que el budismo no es hipotético, y mil millones de asiáticos lo pueden confirmar, pero mi budismo, el único que existe para mí, el único del que yo puedo hablar sin robarle la palabra a otros, ese es un tanto difuso. Y lo difuso existe, y lo desconocido. Habrá, porque de todo tiene que haber, quien me niegue el derecho a hablar de lo que desconozco. A mí plin. No tengo más de afirmarme como esencia y materia desconocida para recuperar mi derecho a hablar de mi identidad difusa, confusa y contradictoria. Habla tú de tus verdades, que yo hablaré de mis dudas.

He bajado al apartamento para escribir. Tengo abierta la puerta corredera de cristal que da a la terraza, y escucho, a lo lejos, el ruido de las olas. El horizonte marino, en esta mañana de agosto, se confunde con el cielo. Dicen las noticias que hoy va a ser el día más caluroso del verano. A mí el calor me gusta, me siento protegido, menos huérfano. Desde que murieron mis padres nos hemos trasladado a vivir al extremo sur de España, fuera de la península, en Canarias, frente a las costas del Sáhara occidental.

El frío de la muerte no desaparece nunca, ahora lo sé. El cadáver de mi padre, que ahora solo tiene escamas de ceniza, sigue siendo un viento frío que se cuela por debajo de la piel. Recuerdo que le apreté la mano, los dedos largos y huesudos de su mano, cuando ya llevaba 18 horas muerto. Dos mil doscientos kilómetros y un mar nos separaban. Murió en casa de Jaime, en el salón, tumbado en una camilla, a las tres de la tarde, en silencio, sin hacer ruido, sin siquiera un último suspiro que alertara a los que estaban a su lado. Simplemente dejó de respirar, sin más. Punto final. La soledad de la muerte sucede incluso en mitad de multitudes.

Cuando llegué al tanatorio de Santander, tras una noche de viaje sin dormir, viaje al fin de la noche, pedí que abrieran el féretro, y que me dejaran a solas con él. Estaba tapado con sábanas blancas, con una toca cubriéndole la cabeza, con solo el rostro y las manos por fuera del manto blanco que lo cubría por completo. Me recordó a las novias, y a las novicias, pero no me pareció ridículo. Tenía intacta toda la dignidad de un padre muerto. Alrededor de su cuerpo, como pétalos de flores blancas, amarillentas y de color estraza, estaban las cartas de la guerra. No pude saber cuántas, pero eran decenas. Todas las cartas que mi padre le había escrito a mi madre desde el frente de batalla, primero desde el bando republicano, y luego desde el nacional. Querida Coquina: Aquí te escribo, desde Teruel, sin demasiadas novedades en la trinchera. Espero que tú y los tuyos estén bien. También espero que ese tal César, el amigo de tu hermano, se comporte... Cartas rasgadas, con sello de haber pasado la inspección militar, y con algunas tachaduras de censura. No hay que dar pistas al enemigo. Y junto a ellas, intercaladas, sobres de cartas de color rosa pálido, las contestaciones de madre, desde Madrid, desde Vitoria, a través del Socorro Blanco. Querido Alfredo: No te preocupes, ya te he dicho que César no tiene malas intenciones. No seas tonto. Ya sabes lo mucho que te echo de menos... Cartas que mi madre guardó durante más de setenta años en la mesilla de noche, en el cajón de abajo, y que fueron leídas mil veces, según llegaban los hijos, desde los 18 años hasta los 91. Cartas que fueron incineradas con él, papel y carne, mezclando la ceniza de sus letras con las de su corazón y sus pulmones.

Traté de calentarle los pómulos de la cara fría, le eché el aliento sobre los dedos de la mano, pero no hay calor en la tierra que caliente el cadáver de un padre muerto.

Al día siguiente, cuando me dieron el cofre con las cenizas, abrí la caja y me sorprendió ver que mi padre se había quedado reducido a un puñado de cenizas grises y plateadas, en forma de pequeñas escamas. Hundí mi mano en las profundidad del pequeño arcón que contenía las cenizas de mi padre, apenas polvo de lo que una vez fue un padre soldado, todopoderoso, y me pareció, por una vez, que las cenizas estaban calientes. Tal vez fueran los rescoldos de la incineración, tal vez un mensaje desde ultratumba. Mi padre estaba allí, y como el Cid después de muerto, me calentaba los dedos de la mano por última vez.

domingo, 22 de agosto de 2010

En la casa de Tiradentes (Ouro Branco)

(Pincha en la foto con el ratón si quieres verla más grande)

Durante el Festival "Montanhas de Histórias" de Ouro Preto. A las puertas de la casa donde durante muchos años vivió el conjurado Tiradentes (Ouro Branco, Minas Gerais, Brasil), nos encontramos a principios de agosto 8 de los 14 coordinadores de la Red Internacional de Cuentacuentos (RIC). De izquierda a derecha:
Alekos (Colombia), Martin Ellrodt (Alemania), Diego Parra (Colombia), Geeta Ramanujam (India), Alicia Barberis (Argentina), Benita Prieto (Brasil), Enrique Páez (España) y Beatriz Montero (España).

viernes, 20 de agosto de 2010

Verano de Cuento en El Sauzal

Verano de Cuento reúne hoy a dos narradores en El Sauzal

(Noticia publicada en "El Día", Tenerife, el 20 de agosto de 2010)

Beatriz Montero, autora de "Los secretos del cuentacuentos", y Juan Carlos Tacoronte, con su espectáculo "Yo lo vi y también me lo contaron", protagonizan una doble función a partir de las nueve de la noche en la plaza del Príncipe.

20/ago/10 07:43

EL DÍA, S/C de Tenerife

La XI edición del festival Verano de Cuento celebra hoy una nueva velada en la plaza del Príncipe de El Sauzal, que a partir de las nueve de la noche acogerá sendos espectáculos protagonizados por Beatriz Montero y Juan Carlos Tacoronte.

La compañía norteña Teatrofia, organizadora del ciclo estival, ha querido contar en esta penúltima jornada con Beatriz Montero, una experimentada narradora que, además, es autora del libro "Los secretos del cuentacuentos". La contadora tiene previsto entretener a los asistentes a la velada con cuentos de las tradiciones europea, africana y asiática.

El hilo conductor de las historias que relata Beatriz Montero es un humor sutil entreverado con reflexiones personales acerca de la conducta de los seres humanos ante determinadas situaciones que se producen en "esta locura a la que llamamos vida", significa la autora, actual coordinadora general de la Red Internacional de Cuentacuentos.

Cuentos en familia

El otro protagonista de la velada, Juan Carlos Tacoronte, se presenta en la Villa con el espectáculo titulado "Yo lo vi y también me lo contaron".

La base de esta intervención serán "los cuentos de escritores latinoamericanos y españoles que me contaron cuando era pequeño", anuncia el narrador, vinculado a la compañía Turbocultura.

"En mi familia -agrega- los cuentos se hacían como algo natural, que viene como el día y se va para que venga la noche".

La XI edición de Verano de cuento concluirá la próxima semana con la intervención libre de narradores participantes en la presente edición. Cabe recordar que por el escenario sauzalero han pasado ya Javier González, Juan Luis Moreno, Antonio Conejo, Pedro Martín, la compañía Troysteatro y Elena Castillo.

viernes, 13 de agosto de 2010

Narradores en Brasil


Reunión de narradores de diferentes países en Brasil, junto a la playa de Copacabana, dentro del X Simposio Internacional de Contadores de Histórias: Histórias em Rede, organizado por Benita Prieto.
En la foto, de izquierda a derecha: Alekos (Colombia), Alicia Barberis (Argentina), Zé Bocca (Sao Paulo, Brasil), Geeta Ramanujam (Bangalore, India), Beatriz Montero (España), Enrique Páez (España), Wayqui (Perú), Sergio Bello (Florianópolis, Brasil), Clara Hadad (Portugal).

jueves, 12 de agosto de 2010

La RIC en Montevideo


Presentación de la Red Internacional de Cuentacuentos (RIC) en el Teatro Solís de Montevideo, jueves 12 de agosto a las 18 h., con Niré Collazo, Beatriz Montero y Enrique Páez. Seguirá un Taller de Cuentacuentos.
www.teatrosolis.org.uy.