martes, 3 de febrero de 2009

Ritos de escritura 1.0

Desde los 15 ó 16 años, que es la edad en la que empecé a juntar poemas, relatos y desvaríos en cuadernos dispersos, mantengo un mismo rito que repito con placer hasta la fecha: hacer el libro. No digo escribirlo, que es lo evidente y lo importante, sino juntar los papeles uno encima de otro, coserlos por el margen izquierdo con pegamento, canutillos o espirales, ponerle tapa y lomo, y rotular el título en grande. Los primeros libros manufacturados de edición de un ejemplar, fueron manuscritos. Los siguientes libros fueron a máquina; si lo tecleaba con papel carbón, la edición podría ser de hasta dos o tres ejemplares, dependiendo de la fuerza con la que golpeara las teclas. Con ello podría tener un ejemplar para el autor, el mío, y otro para un lector o lectora. Empezaba la comunicación. Hasta ese momento yo escribía y yo me lo comía, y como mucho podía dejar que alguien hojeara el libro en mi presencia, a no más de un metro de distancia, porque cuando se pertenece a una familia numerosa (éramos diez hermanos) y le toca a uno la mala suerte de ser de los pequeños, el octavo para ser exactos, el peligro de ser avasallado, atropellado y despojado de cualquier cosa que parezca personal es constante. ¿Un diario ajeno? Eso sí que es un tesoro pirata que el ladrón leerá en voz alta en el comedor, a la hora del desayuno, entre carcajadas de la tripulación borracha de colacao. Un autor, un ejemplar, ningún lector. El papel de calco posibilitó la magia del nacimiento del lector. A partir de entonces habría un autor, dos ejemplares, y al menos un lector. El ejemplar de calco, además, podría prestarse sucesivamente, y aumentar el número de lectores exponencialmente: dos lectores, tres, quizá siete. Eso sería para el caso de best-sellers.

Los concursos literarios pedían, y siguen pidiendo con una reiteración antigua e inexistente, original y dos copias, con interlineado doble.

Las fotocopiadoras y las impresoras llegaron mucho después. Pero yo sigo cumpliendo el rito de terminar un libro, y con una felicidad infantil imprimir una primera copia (ahora sí, con una impresora láser), poner el título bien grande en la primera página, “Vania, piel de miel”, el autor, “Enrique Páez”, y encuadernarlo con mimo, por si fuera el único ejemplar que fuera a existir jamás, por si mi memoria lo olvidara alguna vez, por si algún nieto que aún no tengo lo quisiera leer después de que yo haya muerto. Ya sé que es absurdo, pero ese rito cierra el libro, cose la herida abierta que es la escritura de una novela, le pone mercromina a la cicatriz que abre la memoria. Luego palpo el libro, lo mezo, lo paseo, lo huelo, lo agito, lo abro al azar para ver qué me cuenta, lo sopeso, lo dejo caer sobre la mesa y me alejo tres o cuatro metros para verlo allí lejos, en la mesa, como si no fuera mío, como si fuera independiente y pudiera salir corriendo a contarle sus secretos a cualquiera. Respiro hondo, me sirvo un whisky y sonrío mientras lo miro de reojo, a ver qué hace. Y como no hace nada, porque disimula el hijo puta, me voy a dormir.

Luego, por la mañana, me levanto temprano para leer ese libro nuevo que está sobre el escritorio, y que alguien abandonó la noche anterior. Y me gusta, pero le veo algún que otro fallo, así que cojo el rotulador rojo y empiezo a corregir. Donde pone “Un lugar asfixiado por los mosquitos, las serpientes y la selva virgen”, escribo “Una selva virgen asfixiada por los mosquitos y las serpientes”. Y así frase a frase, párrafo a párrafo, capítulo a capítulo. El resultado, una semana después, es un libro mucho mejor que el que leí aquella mañana en que lo descubrí esperándome sobre la mesa. Así que lo vuelvo a imprimir, lo vuelvo a encuadernar, y lo titulo “Vania, piel de miel, versión 2.0”. Y vuelta a empezar. A veces he llegado a la versión 29.0, y he insistido en hacer correcciones sobre los ejemplares ya editados y de venta al público (para sucesivas ediciones). Quizá sea para llevarle la contra a Borges, que dijo que él publicaba para dejar de corregir.

Aún conservo mis primeros libros, jamás publicados, pero encuadernados con mucho cuidado: Reunión, Tienes la piel como el agua, La ternura de las arañas, Cartas para una novia, Acércate al rincón de la tiniebla, Manual para pervertir niñas, Cajón de cuentos. Lo primero que se publica nunca es lo primero que se escribe. Menos mal. Pero lo primero que se escribe es tan importante como lo último, y hay que cuidarlo y mimarlo como a un bebé que está creciendo.

16 comentarios:

Beatriz Montero dijo...

Y qué bonito es mecer al bebé-libro y verlo crecer.

Belén dijo...

Yo recuerdo que los regalaba como premios o como regalos, solamente grapados...

Besicos

Anónimo dijo...

Qué precioso lo que dices, Enrique!!

Jamás he dado ninguna importancia a lo que he escrito. A lo mejor es un defecto profesional. Puse un pie en la escuela a los cuatro años, luego tal y cual, la uni, y aquí sigo. Sin salir del geto. Mi profesión es mi afición.
Regalé a mi hiji en Navidades un enorme cuaderno de papel amarillento forrado de seda de la India y un bolígrafo lleno de color y vida, muy especial. Eso sí, lo que ella ha ido escribiendo desde pequeña, siempre me ha parecido genial.
Escribe historias de misterio, de amor en las costas idílicas inglesas, diálogos de cine...Intento que lo valore, pero para ella es una necesidad de siempre y un juego.
Escribe las historias en inglés. No sabe por qué, no es ninguna de sus dos lenguas, ni alemán ni español.
Quiero que lea tu blog, que vaya aprendiendo de ti.
¿De qué trata exactamente tu manual de técnicas narrativas?
Besos

Edurne dijo...

Qué bonito, Enrique! Parece una canción de cuna! Mientras leía todo el mimo y el cariño que pones en este proceso de parir un hijo, un libro... me he quedado así, tranquilita, me ha producido mucha paz... Ves, y ahora tengo que salir pitando para la escuela! Adiós paz!
Pues yo también tengo casi todos los papeles y cuadernos que he ido escribiendo a lo largo de mi vida... a veces me doy una de carcajadas y vergüenza íntima, que no veas! Pero escribir da fuerza, publique uno o no... aunque sólo sea para ti.
Besitos!

Arcángel Mirón dijo...

Yo a los doce años escribía textos rebeldes que le mostraba a mis maestros, orgullosa. Eran rebeldes porque no obedecían a ninguna lógica de estilo o forma, pero mis maestros me alentaban en la escritura. Ya sabía yo que sería escritora. Ya era escritora. Una escritora de doce años, pero bueno, nadie nace adulto.

:)

Maria Coca dijo...

Tienes razón. Todo lo que se escribe tiene su importancia y todo deberíamos guardarlo con mimo. Y cuidarlo porque todo es parte de uno mismo.

Has sido y sigues siendo un escritor-editor a tiempo completo. Me parece fabuloso, Enrique. Dice mucho de tí.

Besos

Juanjo Merapalabra dijo...

Es bonito. Pero yo llevo intentando deshacerme de cuadernos y escritos más de un año, y, joder, cuánto cuesta tirarlos, aunque uno cree un disco virtual para salvar lo que pocas veces es salvable. Imagino que algún día lo conseguiré. Saludos.

Anónimo dijo...

Supongo que incluso sería bonito recuperar aquellas líneas que dejamos olvidadas en una servilleta de papel.

May dijo...

Me ha encantado lo que cuentas, y me siento identificada en lo de atesorar mis escritos, tengo mi casa, y la casa de mis padres llenos de cuadernos (yo los compro, no los hago) con poemas, cuentos...

Encantada de visitar este sitio, creo que voy a tener que volver.

May

Fernando Alcalá dijo...

Ay, Enrique, por muy egocéntrico que suene, qué ...(¿qué palabra usar?) ¿placentero? es ver que otros tienen ritos parecidos a los tuyos. Gracias por compartirlo, es eso, es placentero saber que no estás solo en el mundo.

Y qué bonitos son los bebé-libros.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

o primeiro de minha vida veio este natal. Como presente surpresa. Tres exemplares, apenas. Mas chorei sobre ele como chorei sobre meu primeiro filho. De pura felicidade. Igual a você, também gostaria que meus netos, se os tiver algum dia, conhecessem melhor a avó deles. Que me lessem. Que, pelo menos durante os breves munutos da leitura-curiosidade ( escrevo crônicas curtas) pensassem nesta avó. São sonhos que talvez não se realizem nunca, pois meus filhos não pensam até agora em botar mais gente no mundo. Mas o primeiro livro a gente nunca esquece.

abracos desde são paulo, brasil

Anónimo dijo...

Una auténtica historia de amor.

Salud, Enrique.

P.D.: me encantó tu haikuomentario; menos mal que no te salían ;-)

Bibiana Fernández Simajovich dijo...

¡Qué bonito Enrique! Me identifico pero por todo lo contrario, tengo los papeles todos desordenados en carpetas cuyos folios al principio llevan un orden pero con las sucesivas correcciones se empiezan a desordenar y así quedan...
Y lo de las correcciones hago lo mimo que vos, pero los escritos no me esperan en una mesa sino al lado de la cama, en el suelo. Corregir es lo último que hago antes de dormir, y lo primero que hago al levantarme.
Y Borges dejaria de corregir, porque era Borges que si no...quien puede evitar la tentación
Salu2 reencontrados después de tanto tiempo

Anónimo dijo...

Vaya, tengo que agradecerte varias cosas (parece que nunca acabaré):

Una, con sorpresa, que me permitieras acunar a uno de tus bebé-libros.

Otra, egocéntrica como dice Fernando, por descubrirme que también los grandes guardáis vuestros inicios aunque sea a carboncillo.

La que más, de corazón, que me impulsaras a encontrar mi propio papel calco, un blog para empezar. No sabía (pero tú sí) lo bien que me iba a sentar...

Un besazo,
Elisa

Anónimo dijo...

Cuando iba al colegio de monjas, nos enseñaron en trabajos manuales, confeccionar un libro. Me fascinó, recuerdo mi libro con las tapas verde oscuro, verde carruaje lo llaman en Titan. Ahora lo visualizo en mi mente como un tesoro, con la sensación de redescubrir lo bueno del pasado.

leo dijo...

Es un rito precioso. Tanto cariño y cuidados tenían que terminar por dar fruto. Supongo que "ver" el libro ayuda a alcanzar algunas metas.
Un abrazo.