viernes, 9 de enero de 2009

Lo más primario

A veces me bloquean las necesidades primarias, como el hambre o el sueño, y me pongo de mala leche. No es difícil saber cuándo me va a pasar: el ataque de hambre ocurre puntualmente a las dos y cuarto. A partir de esa hora no logro mirar a ninguna otra parte que no sean bares, restaurantes y bolsas de comida. Mis piernas flaquean al pasar junto a las cafeterías, y los camareros barbudos me parecen sirenas hermosas como hamburguesas dobles con queso. A veces lo que me pasa se llama hipoglucemia, pero otras veces es miedo a que la comida se termine, que empiece una hambruna universal que no ha sido anunciada en ninguna parte, y a mí me deje en ayunas y con la nevera vacía. Soy una víctima de la posguerra a contratiempo. Suelo entrar en pánico y robarle los caramelos a los niños, mendigar terrones de azúcar por las barras de los bares, y vaciar de pan y donuts las panaderías. Tengo el mono, y el terror a una hipoglucemia hace que me convierta en un sujeto ajeno y camorrista, de trato arisco, y con una obsesión troglodita que lo habita todo. En otra vida debí morir de hambre, y me queda un registro atávico grabado de modo indeleble en el hipotálamo, en la memoria ROM de la placa base de mi cerebro. En mi garganta acumulo todo el hambre de mis antepasados, y me entra taquicardia mientras me hago sitio a empujones en la fila del supermercado. Eso me pasa a las dos y cuarto, si es que aún no he comido; y a las nueve de la noche, si aún no he cenado. No me llames por teléfono a esas horas, no quedes conmigo a esa hora (a no ser que sea para tomar café después del almuerzo). Los diabéticos somos en general gente pacífica, como los Amis o los peluches, pero dos o tres veces al día un licántropo nos posee, y ahí se terminan las buenas palabras y la cortesía.
Con el sueño es menos grave. Simplemente me duerme y ronco. Los ojos me empiezan a picar como si tuviera arena incrustada entre el párpado y el globo, y me dan ganas de llorar de pura rabia. No, con el sueño no me pongo violento; solo patoso, albondigado y sordo. La última vez fue escuchando el Mesías de Haendel en el teatro Guimerá de Santa Cruz de Tenerife. Tres horas y media de barroco después de cenar son muchas horas. Bea tuvo que pellizcarme varias veces en la primera parte, pero acabó cayendo sobre mi hombro haciendo dúos, y eso que además de la orquesta habían contratado a cinco coros locales para cantar el Aleluya. Ni por esas.
Quizá me estoy volviendo muy primario.
Ya sé que hay otras necesidades, pero del sexo hablaremos otro día, pervertidos.

11 comentarios:

AMEIS dijo...

:-) Esperaré otro día
Te mando un besito nevado desde Azuqueca,
Sonia

Anónimo dijo...

Deporte, mucho deporte!!
Besos

Belén dijo...

No es malo ser primario, quizá hasta necesitamos serlo de vez en cuando, no crees?

Besicos

Edurne dijo...

Jajajaja! Todo eso que acabas de contar, de describir tan bien, lo conozco así, tal cual, no por mí, pero sí por mi chico, igualito, le pasa lo mismo que a ti, también tiene la sangre demasiado dulce, jejejeje! ;)
En la base, somos seres primarios, todos, así que, agudizadas o no esas necesidades... hay que disfrutar de la vida!
Abrazos!

Ruth dijo...

Y qué bien se duerme después de comer...

Arcángel Mirón dijo...

Cuando hables de sexo vuelvo.

Carlos Frontera dijo...

Si es que, por mucho que nos creamos superiores y recurramos a la intelectualidad y a la espiritualidad para convencernos, no dejamos de ser primarios.
Vindiquemos la animalidad.
Y el sexo.

y qué más da... dijo...

Algunos no hemos superado la fase oral. El hambre es una amenaza para nuestra existencia. Gracias a estos impulsos podríamos alimentar a tantos caníbales...

Anónimo dijo...

Jo, qué bien, no soy tan rara! A mí también me pasa con el hambre y con el sueño... y no tiene nada que ver con la diabetes ni la edad!

Ahora me siento mucho mejor. Hale, a cenar y a dormir... cuando sigas con la 3ª parte avisa ;-)

Mi vida en 20 kg. dijo...

Leia y pensaba en mi hija, la segunda, ella si no ha comido es un demonio y eso que es la mas tranquila de la tres, solo el hambre y el sueño la alteran....un beso grande

Ivana Diaz Otero dijo...

Yo no soy diabética, pero a la hora de comer NO CONOZCO, me vuelvo intratable y empiezo a ver pollos volando... Aunque como FATAL y no disfruto del acto de comer (yo engullo, básicamente) tengo complejo de Carpanta, pero lo he asumido hace tiempo. En cambio, me fastidia enormemente tener que "perder el tiempo" durmiendo... Duermo poco, mal y ligero y siempre me enredo con algo para retrasar el momento de irme a la cama. Ni la maternidad ha cambiado eso... aunque ahora transito como ánima en pena por la casa (no preguntéis cómo conduzco)... ;-)