lunes, 29 de diciembre de 2008

Sana, sana, culito de rana

Tras la muerte de alguien muy querido (hermano, padre, madre, hijo, pareja) el dolor se hace casi insoportable. Hay nubes gordas preñadas de ceniza rodando a ras de suelo. A veces parece que es como para volverse loco, que ese dolor es insoportable. El cielo desaparece: solo hay pavimento. Y para sobrevivir es verdad que se necesita tiempo, y algunas veces alcohol, Prozac, hachís, antidepresivos, sexo y adrenalina (no todo al mismo tiempo, no se amontonen). Un viento helado se cuela entre la ropa a todas horas. Con los analgésicos la desolación no desaparece, pero poco a poco se transforma en una cicatriz afectiva. Un taponamiento en los ojos, en los oídos, en la nariz. Eso es lo que me pasó. Al principio pensé que era como una callosidad, una aspereza en los sentimientos, pero no es así: es más bien una desgarradura, con los bordes algo más sensibles que el resto de la piel. La piel despellejada. Se puede aguantar, aunque queda la memoria, el recuerdo de la herida. Molesta la ropa y la desnudez. Es como un cuerpo desconchado, con moratones. Se irrita un poco con los cambios de estación, con las fotos familiares, con el nombre que se pronuncia, o con los paisajes paralelos que recuerdan al muerto. Pero el tiempo pasa, con la misma tozudez con la que rompen las olas contra la roca. El cuerpo se recompone, igual que lo hizo tras los arañazos de la infancia, o después de alguna amputación quirúrgica. La pérdida y el vacío. Luego queda el muñón, y el dolor en la mano inexistente, que se agarrota y escuece aunque ya no exista.
Casi termina el año. En este año he escrito dos novelas cortas, he cambiado de casa y continente, Elías se fue a vivir con Natalia, he enterrado a mis dos padres, he llorado como si no supiese de sobra que la muerte es necesaria. Ahora cada vez que levanto la vista de mi portátil, veo el mar inmenso, infinito, con un horizonte que se aleja y se curva, y eso me tranquiliza. Un año acaba, y otro empieza. Ley de muerte. Ley de vida.
Quiero daros las gracias a todos los que habéis estado dándome ánimos. No pude responder, pero me llegó hasta el último aliento vuestro. Gracias, muchas gracias.

13 comentarios:

Edurne dijo...

Pues aquí seguimos, Enrique! Que el proceso siga y llegue a buen puerto el barco de los corazones heridos!
Que el año que llega sea de renovación, prosperidad y productividad! Así sea!
Un abrazo enorme!

Ana dijo...

Enrique, por suerte y por desgracia...todo pasa, hasta la intensidad del dolor, que se difumina para permitir que sigamos viviendo. Un abrazo

Diego Flannery dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Diego Flannery dijo...

Querido Enrique...no he necesitado, para superar mis muertes, más que el afecto de mi gente. Te sigo dejando el mío a la distancia y si pasas por el blog un videito que te permitirá cargar las pilas para el 2009...y que este sea un poca más feliz para tí y los tuyos.

David dijo...

Hola, Enrique: Me alegro de que el dolor vaya remitiendo. Abrazos.

Belén dijo...

me alegra mucho leerte estas cosas, lo vas superando, aunque el poso del dolor siempre quede ahí...

Año nuevo, vida nueva...

Besicos

plstk dijo...

El dolor siempre es algo pasajero. Es como un ruido que de repente dejas de oír aunque esté ahí porque ya no necesitas escucharlo. Cuando te des cuenta, todo te irá mejor, yo te deseo lo mejor para este año. un abrazo de oso.

Anónimo dijo...

Siempre se quedan,Enrique. Parece que se van, pero no.

Mira, ahi arriba tienes a Plistarco, lo acabo de encontrar también en mi blog. Creo que es alguien que tiene toda, toda, toda la vida por delante. Y que tú eres un buen ejemplo para él. Mientras estés aquí a nuestro alcance, todo va bien.
Besos, ánimo.

Luis Recuenco dijo...

Gracias a ti, Enrique, por verter el contenido de tu alma y de tu genialidad creativa en este espacio abierto. Eres generoso y creo que muchos te lo agradecemos.

Un fuerte abrazo.

Ivana Diaz Otero dijo...

Dada mi desconexión actual no me enteré de tu pérdida, pero comparto tu dolor y entiendo esos sentimientos de impotencia, rabia, desaliento, desamparo, incomprensión... y un sinfín de desesperadas emociones que nos produce perder a un ser querido. Y es que creo que jamás superaré la muerte de mi abuela, pues sigo sin poder asumir que ya no está y no estará más... ¡Qué dura la Navidad sin ella!... :-(

Arcángel Mirón dijo...

Lo explicaste muy bien, Enrique. Es así.

No sabés cuánto me alegra verte volver.

Meiga en Alaska dijo...

Me alegro de ver que estás volviendo a escribir, aunque sea a poquitos, en tu blog.
También me alegro de la vista de la que disfrutas desde tu ventana, y del hecho de que te de paz en estos tiempos revueltos que estás viviendo.
Un abrazo enorme.

Anónimo dijo...

Que tu 2009 esté lleno de cosas maravillosas Enrique. Me alegra enormemente que estes de vuelta y no sólo porque tu narrrativa sea genial sino porque poco a poco vas mutando en esas historias de dolor que te han tocado y emerges como un ser humano sencillamente humilde y sabio, eso te hace grande maestro! Un gran abrazo desde Venezuela como siempre :)