lunes, 3 de marzo de 2008

El espacio transicional

El neuropsiquiatra Winnicott define el espacio transicional como un lugar en el cual el creador debe situarse para poder escribir, pintar o componer. Ese no es un un lugar físico concreto, sino un territorio mental, casi una cualidad, en el cual debe instalarse el escritor a la hora de escribir. Todos los escritores lo conocemos, porque vivimos buena parte de nuestra vida allí, y desde allí escribimos los libros. Ese espacio transicional está a medio camino entre la ensoñación y la vigilia, y todos los seres humanos hemos vivido gran parte de nuestra infancia instalados en él, cada vez que jugábamos a indios y vaqueros, a piratas, o a astronautas. El juego infantil solo tiene gracia si los participantes se lo creen, si lo viven como si fuera cierto, como si los cocodrilos nadaran por debajo de la cama mientras ellos reman exhaustos en el río salvaje con la escoba, o matan al malo con un disparo de su escopeta de tapón de corcho. Si no hay entrega, no hay juego. Pero al mismo tiempo los niños y niñas no son seres esquizofrénicos, y son capaces de resucitar sin problemas, bajarse de la cama-canoa y calzarse las zapatillas-cocodrilo para tomarse un buen tazón de leche con Cola-cao cada vez que su madre les llama para merendar. No hay conflicto. Eso lo hemos sabido hacer todos cuando éramos niños, aunque luego lo olvidemos. Los escritores, sin embargo, necesitan volver una y otra vez a ese espacio transicional de la niñez, ese lugar mágico del juego, para escribir sus historias. No sirve estar tan dormido que la mano sea incapaz de moverse sobre el papel hilvanando palabras, ni tan despierto como para que el crítico feroz que todos llevamos dentro impida que la escritura conjure su magia y se levante ante el autor como algo que realmente sucede, que está sucediendo ante sus ojos. Como cuando era niño. De tal modo que si en el momento en el que el escritor está escribiendo suena el teléfono, el escritor se sobresaltará, ¿dónde estoy?, ¿qué ha pasado?, ¿qué hago yo aquí, si hace un momento estaba en la Antártida con los pingüinos, o en un convento del siglo XV, o en una nave espacial rumbo a Urano?, porque de golpe se encontrará exiliado del espacio mágico donde la creación emerge.
El cuarto de juegos del escritor, ese espacio transicional de Winnicot, tiene una puerta con llave. Pero la llave está, ha estado siempre, en nuestro bolsillo. Al escribir debemos volver a abrir la puerta para penetrar en su interior, y cerrarla a los intrusos una vez que estemos dentro (al menos durante el tiempo que dure la sesión de escritura). Eso no significa adoptar una actitud infantil, sino una actitud de apertura a la creatividad, recuperada de la infancia. Decía Nietzsche: "La madurez significa haber recuperado aquella seriedad que de niños teníamos al jugar".

Ilustración: Grabado en acrílico de Leticia Tarragó

15 comentarios:

Javier Puche dijo...

Winnicot fue muy lúcido al relacionar ese estado psíquico con la creación. Pero no siempre resulta fácil acceder al mismo, pues la puerta en ocasiones se encuentra cerrada. Mi pregunta es: ¿existen trucos para abrirla? ¿Una leve ebriedad por ejemplo? ¿La lectura previa de autores que nos estimulen? En otras palabras, ¿crees que el acceso al espacio transicional puede propiciarse o debemos resignarnos a que nos acoja cuando quiera, como si lo guardara un díscolo portero de discoteca?

Gracias por tan instructivo texto.

Enrique Páez dijo...

Herman:
Me temo que no existe una única respuesta (afortunadamente, por otra parte, porque si no ya estarían utilizando ese truco las agencias de publicidad y los partidos políticos). El bloqueo se rompre con un 10 % de inspiración y un 90 % de transpiración. No es raro que te sientes a escribir con la puerta de la creatividad cerrada, y que al tercer párrafo se abra, como por arte de magia. Comer y rascar, todo es empezar. Yo le he dedicado unos cuantos capítulos de mi libro "Escribir" a los recursos de la creatividad, pero aún así, si quiere se esconde, la mala puta.

Fontana dijo...

Un abrazo grande, Enrique, y gracias por este texto.

Diego Flannery dijo...

Hola Enrique:

Encontré tu trabajo del 15 de marzo del 2002, "El cuarto de juegos del escritor", en "La Insignia". Nada es casual, siempre hay que buscar las causas primeras.
Levanto una copa de amontillado a la memoria de León Felipe.

Abrazos

Mi vida en 20 kg. dijo...

Hola Enrique, cuando escribes piensas en los que te leeran? o ese mometo llega el pudor y se pierde la creatividad?...me encanta aprender de ti...yo tengo mil historias y mi imaginacion vuela mas rapido que yo, pero solo las se contar y no escribir...algun dia te las cuento y tu haces el libro jijiji...
Muchos saludos y gracias

Belén dijo...

Pues si, tienes razón ,la calma llega cuando te das cuenta que en el fondo no pasa nada por tirarte del tobogan...

besicos

Clarice Baricco dijo...

De plano debo seguir dedicàndome a lo que me gusta mucho: leer. Y dejar de estar jugando a escribir..uff..

La pintura que pusiste, si no me equivoco es de Leticia Tarragò, si es asì, te cuento que es de mis pintoras favoritas de estas tierras. Si me equivoco, me dices.

Berna Wang dijo...

Qué curioso. No sabía que alguien le había dado nombre a eso, y un nombre tan preciso. Yo he llamado siempre a esos lugares o experiencias "experiencia de filo". Y es el sitio donde más me gusta estar.

No se llega ahí sólo con la creación artística. Hay un montón de experiencias (espacios) de esa clase: las montañas rusas virtuales (esas salas con pantalla y unos asientos que se mueven como si), las ilusiones ópticas (los dibujos y grabados de Escher, por ejemplo), la ópera, el teatro, los musicales, la zarzuela, los sueños lúcidos (cuando sabes que estás soñando y exploras), la duermevela.

Son espacios donde no pierdes del todo el contacto la realidad y al mismo tiempo vives su otro lado con una fuerza enorme (con convicción): donde estás en el filo. Como dices, nada que ver con la esquizofrenia.

Tu descripción de cómo estar ahí (ni muy dormido ni muy despierto) es, exactamente, la misma instrucción para meditar (aunque ahí se acaba la semejanza).

Curioso, realmente.

:-)

Gracias y besos.

Juanjo Merapalabra dijo...

Enrique Vargas, director de teatro colombiano, le dice a sus actores que tienen que jugar como los niños. Recuerdo que decía, si hay una pared invisible que separa la habitación del salón en el juego nunca verás a un niño que atraviese la pared. Y es completamente cierto. Si en el espacio escénico estás jugando, todo es divertido. También es necesario que el público juegue, o que el lector juegue, eso es trabajo de los actores y del escritor.

Gracias por el post, de ti se aprende cuando cuentas y cuando teorizas.

Enrique Páez dijo...

Guido: Un abrazo grande para ti, que llegue hasta Temuco.

Diego: El último párrafo de este post es el mismo que el del artículo que escribí en el periódico "Metro", y que luego reprodujo "La insignia". Buena memoria.

20 Kg: Al escribir yo no pienso en nadie: solo procuro plasmar de manera exacta lo que sucede ante mis ojos imaginarios. Tus crónicas egipcias tienen toda la fuerza de la buena narrativa de ficción, así que no vas a necesitar tanta ayuda. :-)

Belén: Es verdad, en la escritura siempre hay algo de vergüenza y algo de exhibicionismo. Conviene disfrutar de ambas.

Clarice: La imagen que ilustra el post, en realidad un grabado en acrílico, es en efecto de Leticia Tarragó. Todos los créditos para ella. Es magnífica. No sabía que era de tu tierra.
Y por cierto, leer, pintar y escribir no son incompatibles. Yo te animo a que lo sigas haciendo todo.

Berna: Qué bueno verte por aquí. Nunca consigo escucharte en Radio 3, pero me leo todos tus micropoemas en La mirada oblicua. Tienes razón: en la meditación, el yoga, el juego, y hasta en el psicoanálisis, se llega a ese espacio transicional. Un beso, china.

Juanjo: Conocí a Enrique Vargas de la mano de Alekos, el colombiano, y me deslumbró con su trabajo sensorial en "El hilo de Ariadna". Creo que en Cádiz organizó un laboratorio sensorial para actores hace cosa de diez doce o catorce años. La cuarta pared de los actores es también esa frontera. Gracias por tu aportación.

Emilio Montero dijo...

Es una pena que esta puerta no la abra con la misma facilidad que hace 20 años cuando podía viajar a cualquier parte del mundo con cerrar los ojos.
Parece que cuando más mayores nos hacemos mas complicado es volver a ser cerrajeros...

Anónimo dijo...

Buenos días, Maestro Enrique.
A veces, aunque la llave esté en el bolsillo, encuentro un abismo a mis pies, frente a la puerta, y surge el vértigo.
¿Esto tiene sentido?
Gracias por tu interesante e instructivo post.
Un abrazo.

Enrique Páez dijo...

Emilio:
Es verdad que se pierden habilidades, pero también podemos ponernos brutos y tratar de tirar la puerta abajo.

Revangel:
Si sientes un abismo y vértigo, es que estás dotada para la escritura. Déjate llevar. Experimenta. Controla la escritura, pero no tanto.

Anónimo dijo...

Gracias, Enrique.

hombredebarro dijo...

Una reflexión muy adecuada. Personalmente cuando me pongo a escribir no tengo ni idea de lo que me voy a encontrar. Por eso últimamente para centrarme me planteo series. La última sobre animales,o mejor, sobre personas que se confunden con animales. Mi método de trabajo se basa en encontrar un sitio cómodo en ese espacio mental que llamas transicional. Pero no recurro al silencio ni al aislamiento. Escribo haciendo otras tareas porque no me queda más remedio. Ir y venir de ahí a la realidad es muy emocionante. Tú lo has dicho bien, vuelves a jugar como cuando eras niño, y ponías en ello una gran dosis de seriedad.
Un saludo.