lunes, 18 de febrero de 2008

El tigre y el general

Hay dos cuadros que están asociados en mi retina: Isaac van Amburgh y sus fieras, de sir Edwin Landseer, y Durmientes en rosa y gris, de Henry Moore. Ambos hablan del peligro desde dos geometrías distintas.

Isaac van Amburgh era un famoso domador de circo al que le gustaba revolcarse en la jaula con sus fieras. Tenía el cuerpo tatuado con cicatrices de garra de tigre, y la piel teñida de babas de leona. En Londres causaba tal admiración, que hasta la reina Victoria se quedaba con el corazón en vilo cada vez que acudía a visitarlo a la carpa del circo. El retrato ejecutado por Edwin Landseer lo muestra en el interior de la jaula, recostado entre las alimañas, y observando con placer cómo el público, más allá de los barrotes, contiene el aliento cada vez que el tigre muestra las fauces. Pero Isaac no tenía miedo. El peligro estaba afuera. Y lo sigue estando. Es mucho más seguro dialogar con tigres que dejarse asesorar por cualquier Bush. Está uno más a salvo en la jaula que en la penumbra de una sacristía, o en el andén del metro.

El segundo cuadro, el de Moore, llega con la segunda guerra mundial, y en él la nieta de van Amburgh se refugia en un andén del metro de Londres, acosada por las bombas entre fogonazos de luz y sirenas entrecortadas. Tiene la piel arañada por la sangre de los focos, y no puede dormir. Al tigre lo ves venir, él no te engaña. A la bomba lanzada desde un Heinkel-111, no. Es un disparo cobarde, un zarpazo a ciegas. Los marines de Iraq decían: "Esto es como un videojuego, y te dan mil puntos si aciertas con el misil en un mercado, o en una escuela". "He matado a 50 apretando este botón", dice el teniente satisfecho. "Yo firmo sentencias de muerte mientras acaricio con mi mano izquierda el brazo incorrupto de Santa Teresa", decía Franco. Qué valor tiene, mi teniente. Qué gran virtud, mi general. La nieta del domador intenta dormir, y se acuna en el sueño con el gruñido protector del tigre, su mascota de la infancia.

4 comentarios:

Diego Flannery dijo...

Enrique , tu comentario me llevó a buscar mis apuntes de filosofía Zen Y Haiku (clásico 5/7/5 y moderno):

ANIMAL

Cuida las fieras
en la selva virgen
hay hombres sueltos


Un abrazo
Diego Flannery

Arcángel Mirón dijo...

Me gustó mucho más el primero. Será mi gusto por los tigres, leones y demás felinos espléndidos. No hay tanto lugar para los gatos, en esa pasión. Tal vez me guste la fiereza.

hombredebarro dijo...

Es como uno de esos relatos de Kafka que hablan de un artista del hambre o del trapecio. El hombre se refugia en la jaula de las fieras, allí se encuentra seguro, a salvo. Pero cuando ve que un niño del público se acerca a los barrotes se echa a temblar, sin saber muy bien por qué, porque el niño es inofensivo, sonríe dulcemente y le da lametones a su piruleta.
Un saludo.

Enrique Páez dijo...

Diego: Ánimo con el Haiku. Borges te enseñará.

Arcángel: A mi también me gusta más el primero. Se está más calentito allí, con los tigres.

Hombredebarro: Una imagen espléndida. Volveré a leer ese relato de Kafka (creo que estaba en la misma edición de la metamorfosis).