domingo, 10 de febrero de 2008

7 x 7 Antología

Cuando vivía en el CMU Chaminade, del 72 al 74, Alberto Pérez Lapastora y yo bajábamos caminando todos los días hasta la facultad, cruzando los colegios mayores y la escuela de Montes, entretenidos en juegos de lenguaje. Cada día memorizábamos unos cuantos sinónimos de necio, del diccionario de Julio Casares. Bodoque. Zampabollos. Agudo como punta de colchón. Zorzal. Maxmordón. Más tonto que un hilo de uvas. Zurrumbático. Alberto estudiaba filología, y ya era cantante, pero pasarían diez años más antes de grabar La Mandrágora con Joaquín Sabina y Javier Krahe. Los fines de semana Alberto y su hermana regresaban a Sigüenza, y yo me quedaba jugando al mus y escribiendo con Paco y José Luis Morales, dos hermanos culipardos. Entonces José Luis aún salía con Llanos Monreal, que vivía con Amparo Nieto y con Piti Corella a 200 metros de distancia, en el colegio mayor Poveda. Llanos tenía una voz espléndida, así que José Luis tuvo idea de presentársela a Luis Martín, del Nuevo Mester de Juglaría, que también vivía con nosotros en el Chaminade. Aunque no era de Segovia, sino de Albacete, la admitieron en seguida. A los pocos meses Llanos ya había dejado de ser novia de José Luis, se había liado con Fernando Ortiz, y había grabado su primer disco. José Luis lo pasó mal, pero como no teníamos ni 20 años cumplidos, se curó todos sus males con Carmen del Olmo. Recuerdo que un día se pelearon, y le escribió un libro de poemas en una sola tarde, lo tecleó en la máquina de escribir, lo encuadernó con cartulinas negras, le pidió a su hermano Paco que le hiciera una portada (Paco estudiaba Bellas Artes, y trabajaba en la Galería Sen), y se lo regaló esa misma noche a Carmen. Han pasado 35 años, y creo que tienen varios hijos y siguen juntos, dando clases en un colegio al norte de Madrid. José Luis aún escribe poemas, y ha ganado, el año pasado, el premio Vicente Aleixandre por “Evocación de un hombre singular frente a las ruinas de su casa”.
Durante dos años José Luis y yo fuimos uña y carne. Él escogió la especialidad de Historia y Geografía, y yo la de Literatura, pero lo que nos gustaba de verdad era escribir. Nos presentábamos a todos los concursos que podíamos para sacarnos algún dinero extra y seguir comprando libros. En verano se vino a casa de mis padres, en Algorta, y seguimos escribiendo sin parar. Hasta 1982 todos los periódicos de España estaban prohibidos los lunes, porque la fiesta del domingo era obligatoria, y el único diario que tenía licencia para venderse en los kioscos era La Hoja del Lunes. Un día de principios de Julio de 1973 vimos que convocaban un concurso de poemas en La Hoja del Lunes de Bilbao en una columna firmada por Joaquín de Aralar, en página par, abajo, junto al crucigrama. Cada lunes publicaban un poema y varios fragmentos de otros. Los dos nos presentamos, y los dos fuimos seleccionados. Nos divertía presentarnos a los mismos concursos, y ganar unas veces uno, y otras veces el otro. En ocasiones, como esa, los dos. El concurso tuvo tanto éxito de participantes, que Joaquín de Aralar propuso hacer una reunión de poetas en un fin de semana, visitando el monte Aralar y el monasterio de San Miguel in Excelsis, en Navarra. Esa sí que fue una estampa insólita, porque el verano de 1973 logró llenar cuatro autobuses de poetas de Bilbao, todos con sus sonetos a cuestas, rumbo a la sierra de Aralar. Más de 240 poetas armados con endecasílabos y rimas asonantes en el lugar donde hoy se levanta el Guggenheim de Gehry. La mayoría eran poetas jubilados, así que los más jóvenes nos amotinamos al fondo de un autobús buscando versos libres. Éramos seis, y antes de volver a Bilbao ya teníamos el proyecto de una tertulia en marcha: el grupo Iruña. Eduardo Rodrigálvarez, Toty de Naverán, Karmele Larrabe, José Ramón Blázquez, José Luis Morales y yo nos reunimos los viernes por la tarde en el café Iruña. Pronto se nos juntó Rafael Martínez, y poco después Pablo González de Langarika, que era primo de Eduardo o de Ramón, ya no me acuerdo. Poco después del verano, un editor vasco, Valentín Graña, de la editorial Comunicación Literaria de Autores nos ofreció publicar un libro con nuestros poemas. Era una editorial pequeña, en la que había publicado anteriormente Gabriel Celaya, Ramón de Garciasol, Victoriano Crémer y Jorge G. Aranguren. Dijimos que sí, ¿cómo negarnos?, y el libro salió al año siguiente con el título “7 x 7 antología”, mientras Franco agonizaba en el Pardo. Pusimos un tenderete junto al puente del Arenal, a orillas del Nervión, y garabeteamos dedicatorias a todos los despistados que pasaban por allí. Era nuestro primer libro. La primera vez que nuestros nombres entraban en la Biblioteca Nacional. Éramos felices. Luego vinieron muchos más libros de Eduardo, de Rafael, de Toty, de Ramón, de José Luis y míos. Pero el primer libro es el primero, y aún conservo cuatro ejemplares con la cubierta de daguerrotipos quemados y hojas que van amarilleando con el tiempo.
La tertulia se mantuvo durante varios años, José Luis y yo regresamos a Madrid, y los demás organizaron un grupo de agitación poética, Poetas por su pueblo, y editaron una revista mural anónima que empapelaba cada sábado los muros de la Gran Vía de Bilbao, entre El Corte Inglés y el Banco de Vizcaya. Después publicarían varios números de la revista Yambo, y finalmente Zurgai, que aún se sigue publicando (Eduardo fue su primer director, y Rafael está en su consejo de redacción). Hace muchos años que no sé por dónde andan. Sé que Eduardo escribe en El País, y que Paco, el hermano de José Luis, se fue a vivir a una pequeña isla del mar Egeo. Y poco más. De cuando en cuando encuentro un nuevo libro de poemas publicado por alguno de ellos, y el corazón me da un salto de alegría.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Me da hasta envidia no haber vivido esos momentos. Me han gustado esos sinónimos de necio y todo el texto.

Ana Saturno dijo...

¡Hola, Enrique!

Llevo desde que Berna me descubrió tu blog pensando en dejarte un comentario y saludarte, y al final te me has adelantado. Antes que nada, que sepas que estoy enganchada a tu blog, da gusto leer cada una de tus entradas. Sigues dejando el listón muy alto...

Yo vivo en Las Palmas desde hace dos años y algo. Intento seguir escribiendo, aunque llevo un tiempo luchando contra un bloqueo que está amenzando con hacerse crónico. Esta tarde, casualmente, me senté delante del ordenador a escribir por primera vez en mucho tiempo. A escribir fuera del blog, claro, porque es la forma que he tenido de quitarme el mono durante estos meses extraños.

Muchos besos, y para Bea también, seguiremos en contacto

Diego Flannery dijo...

¡Enrique!

Que curiosidad me despiertan los hechos del relato. Cuantos momentos y cuanta ventura por haberlos vivido.Que culto a la amistad . Brindo por ello!!!!!

Un abrazo Diego

Esaque dijo...

Enrique, a mí me ha dado un vuelco el corazón leyéndote a ti, en tu Chami de los setentas. No es sólo que sea un placer leerte, es que leerte me da ganas, me emociona, me atrapa y me inspira.
Muchas gracias, de verdad.

Esaque dijo...

Ah, esto tengo que decirlo o si no me quedaré con las ganas: petenezco, junto con otras 42 chicas, a la primera promoción mixta de ese Mayor. (Ya ves, me parece un honor y todo)
Supongo que la generación del nuevo milenio tenía un contexto muy distinto pero unos sueños muy parecidos. Algún día de estos, con tu permiso y por supuesto haciendo referencia a tu post, me gustaría contar qué es de tantas personas que quiero, que he querido y admirado tanto entre esas paredes y fuera de ellas.

Anónimo dijo...

A ver si consigo que se publique.
Hola, Enrique. Soy RAmón Blázquez. Por extrañas circunstancias, he accedido a ete blog uyo. Joder, qué alegría saber de tí.
Y sigo en Euskadi y dedicado a escribir... anuncios. Ya ves.

Me gustaría charlar contigo. Escríbeme a mi mail:
joseramon@alcomunicacion.com

Enrique Páez dijo...

Esaque/Paula: Qué curioso haber compartido colegio mayor. Cuando yo estaba en el Chami, el director era Pedro González Blasco, y hubo una micro-promoción de chicas, apenas eran 9, que estuvieron durante un año. Fue un escándalo (Carrero Blanco levitó cinco pisos en la calle Maldonado, y Franco se murió del susto).
Me gustaría leer tu crónica. Te seguiré leyendo.
Un abrazo,
Enrique

Enrique Páez dijo...

Ramón:
Hace 34 años le escibías a Gabriel Celaya, en el libro que compartimos: "Supón que en tu boina, cualquier día / aparece un piojo, y este piojo es rojo. / O lo matas, o me llamas, o que lo maten con tomate." Joder, cómo nos reíamos.
No te pierdas 34 años más, que no somos eternos.
Abrazos, compañero

Anónimo dijo...

A mí Toty me da acupuntura.