viernes, 25 de enero de 2008

Libros prohibidos

Tengo sobre una tablilla de teka de Birmania, encima del radiador, trece soldados chinos de terracota: son copias diminutas de los guerreros de Xi’an, que hacían guardia junto a la tumba del emperador Qin Shi Huang, el unificador de China, constructor de la primera Gran Muralla, y dueño del mayor ejército de ultratumba del mundo, 8.000 soldados de terracota. Aunque lo que a mí me llama la atención es otro dato: el emperador Qin Shi Huang era un enemigo de los libros, hasta tal punto que en el año 213 a.C. ordenó quemar todos los libros y todas las bibliotecas del imperio, excepto si versaban sobre agricultura, medicina o profecías. Aquel que tuviera un escrito en su poder, incluyendo aquellos grabados en huesos, conchas de tortuga y tablillas de madera, era condenados a morir en la construcción de la Gran Muralla. El mayor castigo era para los que tuvieran textos de Confucio. Esos sí que lo tenían crudo. Ahora sé en quién se inspiró Goebbels al decir aquello de “Cuando oigo la palabra cultura, saco mi pistola”.
Recuerdo que, antes de la abolición de la censura en España, tenía escondidos en el altillo algunos libros prohibidos de lectura obligatoria: el Trópico de Cáncer de Henry Miller, la Antología rota de León Felipe, La función del orgasmo de Wilhelm Reich, la Tercera residencia de Pablo Neruda, y Los conceptos fundamentales del materialismo histórico, de Marta Harnecker, además de todos los editados por Ruedo ibérico. Menuda sopa de letras. Si te pilla Qin, te envía a la Gran Muralla; y si te pilla la brigada político-social, al Valle de los Caídos. Se ve que la obsesión de los incineradores de libros siempre ha sido cambiar libros por piedras. Dicen que a Franco un despistado le intentó regalar un libro, y que él lo rechazó diciendo: “Gracias, ya tengo uno”. Vete tú a saber si es verdad (que tenía).
Blanca Giles, Piti Corella, Amparo Nieto, Victoria Santesmases, Marina García Álvarez, Jorge Checa, Salvador, Julio, Javier, Esteban, Gloria y yo nos reuníamos por las tardes para repasar los conceptos de Marta Harnecker, y hacer una autocrítica pequeñoburguesa de la lucha de clases. Como diría más tarde mi hermano Jaime, menuda pedrada teníamos. Después llegó la New Wave, la New Age, la movida, el psicoanálisis y Buda. Eso sí que es crecer a través del caos. A Marta Harnecker la conocí muchos años después, en la Casa de América, en una charla que dio junto a Manuel Vázquez Montalbán con motivo de la publicación de Y dios entró en la Habana. Fue una de las mayores decepciones de mi vida. Marta ya no era la rubia despampanante que arengaba masas en la Universidad Central de Venezuela, y la simplicidad de sus argumentos me dejó asombrado. También ella era un tigre con los pies de barro.

4 comentarios:

Esaque dijo...

Tiene sentido entonces que Azaña dijese que para mantener un secreto nada como escribirlo en un libro.
Enrique, veo que escribir no es tu pasatiempo, aún no sé cómo definirlo. ¡Qué fluir señor! Asombrada quedo.
Creo que nos conocimos por teléfono hace unos años, cuando yo estaba en el Chaminade y nos poníamos de acuerdo para organizar cursos de escritura. Puede ser que te suene?

Anónimo dijo...

No sabía que fue Goebbels el que dijo aquello que le atribuyes. En casa se decía que fue Millán Astray, en su célebre enfrentamiento con Unamuno en el paraninfo de la universidad de Salamanca... aunque en casa se afirmaban cantidades ingentes de bobadas.

Salu2
Ignacio Jáuregui
http://ignaciojauregui.blogia.com

Enrique Páez dijo...

esaque, seguro que hablamos, porque yo estuve dos años dando un curso de técnicas narrativas en el Chaminade. Mi escritura, tal y como dices, no es mi pasatiempo. Es mi oficio.


Ignacio: la frase de Millán Astray a Unamuno en 1936 fue "¡Abajo la inteligencia!, ¡Viva la muerte!". Millán Astray y Goebbels debieron ser compañeros de mus. Bienvenido al blog. Prometo hacerte una visita.

Emilio Montero dijo...

Ese es Enrique como una enciclopedia con patas...
Emilio