martes, 15 de enero de 2008

Las memorias de Francisca

Adela Campoy López, Magda Rodríguez Martín y Chony Pérez Monreal estaban ya jubiladas y vivían solas cuando se matricularon en el Taller de Escritura. Se hicieron amigas en seguida.
--¿Echas de menos a tu marido, Magda? ¿No te sientes sola?
--Quita, que era un pesado. La única alegría que me dio fue dejarme viuda. Qué descanso.
Magda, la viuda feliz, había oído en la cadena SER que el Taller de Escritura estaba a punto de arrancar, y no descansó hasta que en la centralita le dieron mi número de teléfono. No lo dudó ni un segundo. Chony vio unos carteles pegados por la calle, y siguiendo el ejemplo de Hansel y Gretel siguió el rastro de pasquines hasta llegar a mi casa. Chony tenía el cuerpo grande, unos hombros titánicos, y siempre me contaba las anécdotas de su perra Carpanta y del salón de peluquería de la calle Fuencarral, donde coincidía con Almudena Grandes dos veces al mes. Adela era la mayor. Soñaba con regresar a Fuenterrabía, donde tenía una casa grande cerca de la estación de trenes, e insistió tanto que al final terminé ocupando su casa el siguiente verano, con Marisa, Marcelo Soto y Mila García Guerrero. A mí me sirvió para escribir algunos cuentos insensatos. Marcelo escribió allí de un tirón más de la mitad de Las bodas tristes, una bellísima novela sobre la condesa de Niebla en la época de los Habsburgo, que quedó finalista del Premio Herralde de novela. Mila escribía también, aunque pasarían aún diez años antes de publicar su novela Mendigo. Adela era generosa, y no nos permitió pagar alquiler, así que en los ratos libres le pintamos de blanco la fachada de su casa, y le compramos un nuevo calentador de gas, porque el que tenía era una amenaza portátil para todo el barrio. Adela, después de asistir tres años al Taller, abandonó Madrid por Vitoria, donde vivía su hijo. Allí dirigía, tal vez dirige, otro Taller de Escritura para las amigas de la infancia. Ojalá sea feliz.

Francisca sufrió abusos sexuales durante toda su infancia, hasta que se quedó embarazada de su hermano mayor. Intentó abortar bebiendo un compuesto de perejil, ajenjo, ruda y albahaca hervidas con cerveza, pero no hubo suerte. Su tía Berta le anegó el interior del vientre soplando vinagre y detergente con una sonda que dejó dentro, tras atar el extremo inferior al muslo de Francisca, hasta que tres días después le sobrevino la hemorragia. Fue vendida a unos traficantes búlgaros, y tuvo tres hijos que le arrebataron en el mismo momento de nacer. No pasó un solo día, desde que cumplió los cinco años, en que no fuera golpeada por alguien, o por muchos. Trabajó de prostituta y limpiando letrinas en las cárceles. Sobrevivió alimentándose de la comida que le quitaba a los perros. Nadie sabe cómo, pero a los sesenta años aprendió a leer y a escribir. A partir de ese momento, descubrió que su vida podía ser otra, que había sido otra. Nadie le pudo impedir escribir y disfrutar sus memorias hechas a medida. Empezaban así: “Toda mi vida he sido feliz, desde la infancia hasta ahora”.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Caramba, Enrique. Qué sorpresa! Jamás hubiera creído que todavía recordabas a las veteranas. Veteranas como alumnas y también en edad. ¿Cúántas cosas han sucedido desde entonces? He perdido el contacto con todos los compañeros de estudio de aquellos años. No sé nada de nadie. Veo que tú sigues al pie del cañón. Yo... aquí todavía... escribiendo a mi aire...Te envío un abrazo. - MAGDA

Enrique Páez dijo...

Hola, Magda, qué alegría saber de ti después de tantos años, y saber que sigues escribiendo. He estado leyendo algunos de tus últimos escritos (imagino que son tuyos) en Yo.escribo , y me parece que has ido cogiendo soltura y buen ritmo de escritura. Me encantará seguirte leyendo. Felicidades.
Un abrazo,