lunes, 7 de enero de 2008

Sit Tibi Terra Levis

Este año cerraré el Taller de Escritura de Madrid. Son quince años de vida, doce profesores, tres locales, una web con más de dos millones de visitas, catorce libros publicados a más de mil autores diferentes, y más de treinta alumnos que actualmente se dedican a impartir clases de narrativa por distintas escuelas herederas del Taller. No sé cómo hacerle un entierro digno. Y cómo despedirme de los profesores que han dado clase conmigo: Ángel Zapata, Javier Sagarna, Carlos Molinero, Isabel Cañelles, Chema Gómez de Lora, Clara Pérez Escrivá, Ángeles Lorenzo, Jesús Urceloy, Beatriz Montero, Alfonso Fernández Burgos, Mila García Guerrero. Son muchos, y dieron mucho.
Me queda por escribir la novela del Taller, donde se relaten las hazañas de los primeros alumnos, los amores furtivos, los hijos de los que se conocieron en el Taller, las novelas que se escribieron allí, las traiciones, los amantes, los muertos, los cautivos… No sé cómo cerrar el quiosco, cómo hacer testamento: nadie quiere un pasado ajeno, nadie acepta una herencia de humo, sin tierra ni hacienda. Tendré que escribir la novela en algún momento, pero otro año, Cuando ya nada importe, junto a Onetti.
Aún recuerdo a María Teresa García Martín, la alumna de tetas grandes que antes de hacerse novia de Antonio, bebió hasta caer redonda en casa de Lara López, se inventó una cátedra de latín en la Complutense, imaginó un marido etarra, una hija bebé muerta en Perú, y hasta un jarrón funerario con cenizas de la niña, Alejandra, en el que había una inscripción que casi nos hizo llorar a todos: Sit Tibi Terra Levis (que la tierra te sea leve). Antonio vive ahora en Denia, pero ella se extravió en el laberinto de Madrid, más allá de la memoria y de la M-30.

Dicen que un hermano de mi padre escribió cuarenta libros de vaqueros después de la Guerra Civil, y que se vendían y cambiaban por cinco céntimos en los quioscos de los bulevares, entre Doctor Esquerdo y Atocha. Nunca vi ninguna de esas ediciones. Son leyendas familiares, entredichas con vergüenza, mucho antes del reinado de Umberto Eco. Las cartillas de racionamiento y las cárceles azotaban las tierras de España, pero mi tío Eduardo se ceñía el yelmo de Mambrino en la cabeza y salía a cabalgar, cada atardecer, por la estepa castellana.

Hace más de veinte años, antes de mi estancia en Nueva York, escribí un brevísimo poema de seis versos, que aún es el que más me gusta. Al principio no tenía título, pero finalmente lo bauticé como “Reencuentro”. Es este:

“Te ascienda la muerte hasta la boca
y te remonte más allá de tu venganza;

te sobrecoja un amor exasperante
y te niegues, y tirites, y claudiques;

te regreses, a ciegas, dando tumbos;
y te sientes, abras los ojos y me veas.”

Tal vez sea el subjuntivo, tal vez la ferocidad, o el movimiento. Ni siquiera lo he querido someter a la métrica. Solo sé que me gusta, y aquí lo planto.

Ayer vi por televisión cómo unas grandes zapadoras derribaban mi antiguo colegio del Sagrado Corazón, cerca de la Plaza del Perú. Entre las viguetas desnudas que sangraban a través del hormigón destripado me pareció entrever al hermano Julio, al Porky, al Bombilla, al Fakir, al padre Larreta. Y también a mis compañeros: a Morera, a Fortes, a Melcón, a Valdecantos y a Debelius. “Enrique, ven, ayúdanos”, me decían parpadeando apenas entre los restos de cemento y grava. “Socorro, Enrique, estamos atrapados”. Apenas podía verlos, pero estaban todos allí. No pude hacer nada, porque yo también estaba atrapado entre los hierros de la infancia, asfixiado por el polvo de las tizas, el hedor del gimnasio y el timbre del recreo.

Si el territorio de uno es aquel donde vivió en la adolescencia, mi pueblo fue dinamitado ayer.

2 comentarios:

y qué más da... dijo...

Hola Enrique,
Lo primero, felicitarte por esta aventura bloguera que emprendes.
Al leer esta entrada me sorprende, me desconcierta, ese anuncio de que este año cerrarás el Taller de Escritura... No me lo puedo creer, me quedo sin patio de recreo para mi "ello". ¿Va en serio? ¿Cuándo? ¿A qué se debe?
Y avanzando en la lectura descubro que compartimos colegio. No te ofendas, pero creo que yo lo hice unos años antes, si bien me acuerdo del "bombilla" vigilando la puerta del patio... De lo que me doy cuenta es de que nuestras experiencias en el colegio fueron diametralmente opuestas, así que te invito, si te apetece a que leas lo que yo tenía que decir al respecto (http://peterelrojo.blogspot.com/2007/12/se-hizo-mierda.html)
Nada más.
Un fuerte abrazo,

David

y qué más da... dijo...

Corrección: quise decir que tú fuiste al colegio unos años antes que yo...